Publicado en el periódico kioSco nº84, septiembre 2012.
Bun Alonso
Aunado al problema de la
existencia de analfabetas funcionales, México tiene, de entre los nuevos
conceptos relacionados con el desarrollo de las tecnologías de la información,
el de “analfabetismo digital”.
Al hablar de
este problema estamos pronunciando automáticamente el de la brecha digital.
Esto es la distancia tecnológica que existe dentro de un país. De allí se
desglosa en brecha regional y por localidad.
Entonces, es
posible establecer que este tipo de analfabetismo es consecuencia directa de la
existencia de brechas en el área de informática.
Y al hablar de
tecnologías de la comunicación, sabemos que éstas son utilizadas a nivel
mundial y que los intereses que mueven a internet muchas veces son privados e
incluso es un espacio en que los gobiernos luchan por imponer su autoridad. El
problema del analfabeto digital puede ser entendido desde diferentes ángulos y,
en consecuencia, tener diversas maneras de solucionarlo. Pero hay un punto que
resulta esencial abordar: el de la educación y la desigualdad social en el
país.
Con un porcentaje
grande de analfabetas funcionales (33 millones de mexicanos)1, ¿es
factible hablar de combatir el rezago digital?, ¿se puede subsanar éste sin
antes poner sobre la mesa los retrasos en educación?, ¿puede un individuo tener
grandes problemas de lectura y escritura, pero sí una capacidad relativamente
eficiente para resolver problemas cotidianos con ayuda de la tecnología?
Hay que
entender el factor de la existencia de una brecha tecnológica como una derivación
de otras brechas de carácter socioeconómico.
También es necesario
entender al analfabeto digital no como alguien inculto o desinformado, sino
como alguien que no requiere de herramientas computacionales para desarrollar
su vida cotidiana. Sigue acudiendo a revistas y periódicos impresos, utiliza
para escribir la pluma y el papel, etcétera. Esto sería un caso de alguien que
decidió, por cuenta propia, excluirse de estas tecnologías. Sin embargo también
existen los que no han tenido la oportunidad de incluirse al uso digital.
Varias son las razones: no cuentan con el recurso económico, no hay
infraestructura adecuada en el lugar en donde viven, o simplemente no es
necesaria una computadora en su vida diaria porque no llegaron al grado de
nivel educativo para necesitarla o sus necesidades informativas y de
entretenimiento son cubiertas por la televisión. Y es, por lo tanto, el
analfabetismo digital una expresión más de la desigualdad social.
Para darnos
una idea del porcentaje de personas con este problema, sólo hay que arrojar el
dato de pobreza en México: 87 millones de personas2. Seguramente la
inmensa mayoría de ese dato padece retraso tecnológico. Lo que ubica a la
pobreza como la principal causa del analfabetismo digital.
La situación
se plantea paradójica. Mientras que existen personas que pueden leer y escribir
sin dificultades, pero que su rezago tecnológico es considerable, por otro
lado, las hay quienes al parecer se llevan muy bien con una computadora, pero
su nivel de comprensión de lectura y habilidad para comunicarse por escrito son
deprimentes. ¿En verdad alguien de éste
último tipo de persona sabe aprovechar los avances tecnológicos a los que tiene
acceso? Seguramente no. Y terminará en un grado de enajenamiento similar al que
produce la televisión.
Entonces,
tenemos claro que para ir disolviendo este problema es necesario cambios
radicales en las políticas educativas del país.
No se
resarcirá instalando computadoras con acceso a internet en todas las escuelas
primarias o secundarias. Tampoco consiguiendo que los costos de internet bajen,
para que de esa manera la penetración en la población sea mucho mayor. Si bien,
este último punto ayuda a entender en parte el analfabetismo digital, no lo
explica del todo.
El punto de
eliminar el analfabetismo digital debería de centrarse en la creación de
usuarios que entiendan que las herramientas de tecnología son medios para
conseguir un fin en común, y no son el fin en sí mismo. Es decir, usuarios que
utilicen los avances tecnológicos como ayuda para resolver problemas
cotidianos, laborales, etc., y no sólo como mero placer lúdico.
Alfabetizar en
el ámbito digital es muy similar a la labor de hacerlo en el escolar.
Representa, en fondo, los mismos retos. Hacer comprender que las actividades
que involucren el uso de las tecnologías de comunicación pertenecen al marco de
las prácticas sociales, y no son exclusividad de expertos en la materia ni de
estudiantes que buscan cumplir con tareas. Enseñar la responsabilidad de lidiar
con la libertad que representa internet y no sólo a dar de tecleos y a someter
al mouse a clics continuos. Si lo mismo ocurre en la escuela (poner a la
lectura y escritura como prácticas diarias y no enseñar nada más a dibujar
letras ni a repetir fonemas) creo que el aprendizaje en las herramientas
digitales será más fluido y los usuarios, más responsables de la información
que consumen y de los comentarios que realicen.
Respecto al
tema, Alberto Oliart Ros, catedrático del Departamento de Tecnologías de
Información, señala en una entrevista: “Oímos de que tanto políticos como
presidenciables mencionan que habrá más acceso a internet, pero ninguno dice
qué se planea alcanzar con eso. De qué servirá tener aulas y centros educativos
con banda ancha si no existe una planeación del tipo de información, educación
o capacitación que se busca brindar”3.
Aun así, el
poeta alemán Bertolt Brecht no deja de tener razón: el peor analfabeto es el
analfabeto político.
Notas:
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