El sexismo en el quehacer periodístico



Publicado en el periódico kioSco nº91, abril 2013. 

Bun Alonso


¿Cómo entender el sexismo pero, sobre todo, cómo identificarlo en algo a veces tan concreto y a la vez tan ambiguo como lo es el lenguaje? Cuando las características de un sexo son valoradas en una escala superior a las del otro, cuando una persona es discriminada con base en los estereotipos sociales que se asocian con su sexo, entonces estamos hablando de sexismo. Enfocándonos en el periodismo, principalmente el escrito, suele resultar imperceptible tal discriminación (ejercida en su mayoría hacia el sexo femenino), puesto que hablamos de una cuestión cultural que reproducimos inconscientemente. Integrar en el periodismo nacional una herramienta que permita el trabajo profesional desde una perspectiva de género sería de utilidad para analizar las condiciones sociales e ideológicas que han fundado esta desigualdad existente entre hombres y mujeres.


Los movimientos feministas se han encargado de traer a colación el asunto del sexismo presente en el lenguaje al considerar a éste un patrón de reproducción de estereotipos discriminatorios. Los medios de comunicación son un termómetro del pensamiento social de cada época históricamente determinada; una característica para medir dicho aspecto es precisamente el lenguaje utilizado.


El cómo ir eliminando el sexismo lingüístico está en el desarrollo de palabras y conceptos poco usados, nuevas construcciones gramaticales y en la creación de nuevos códigos de ética dentro de los medios periodísticos.


¿Y quiénes habrían de implementar estos ajustes? El equipo reporteril, claro está. Pero también tendría que ir aunado con un cambio en las políticas de las empresas periodísticas. Pues para combatir el sexismo impregnado en lo mediático, hay que ir a los dos niveles principales en que se presenta: la política informativa del medio y la redacción de los textos y los titulares.


Las decisiones tomadas por los cargos directivos influirán decisivamente en la labor de cada periodista, por eso se torna urgente modificaciones en las políticas de trabajo. El manual “Hacia la construcción de un periodismo no sexista”, de CIMAC, menciona algunas, tales como: considerar que la audiencia está conformada por hombres y mujeres y que se ha de satisfacer las necesidades informativas de cada sexo; no sólo recolectar datos de instituciones oficiales, sino acudir a colectivos, a organizaciones en donde la participación de las mujeres sea significativa; cubrir los acontecimientos sin subordinar los asuntos protagonizados por alguno de los dos sexos; que la participación de la mujer dentro del área de trabajo sea según sus capacidades e intereses, pues se le suele relegar a las secciones de Sociales, a tocar temas que la sociedad patriarcal le ha asignado como sus roles de mujer, dejándola fuera de los temas políticos y culturales. Aunque hay que decir que esto último sucede con menos frecuencia.


Mientras tanto, en el otro nivel es donde cada reportero tiene una responsabilidad mayor, pues es muy frecuente que en su redacción se filtre cierta carga moral que tienen algunas palabras, o siga reproduciendo los patrones culturales y estereotipados. En el lenguaje, como producto de una sociedad, existe una estrecha relación entre el sexismo social y el sexismo lingüístico.


Una de las formas en que operan los estereotipos es a través de dualidades entre características positivas y negativas entre mujeres. Ejemplos clásicos son la mujer como un ángel y su contraparte la incitadora al pecado, o la virgen y la puta, la princesa y la bruja.


Asimismo, encontramos dualidad a partir de estereotipos masculinos. En donde comúnmente éste es sinónimo de positivo y lo femenino de negativo; pero en donde también lo masculino está asociado a adjetivos como valentía, fuerza, competencia, mientras que lo femenino a belleza, fragilidad, ternura. Por ejemplo, en una columna en El Siglo de Torreón se escribe: “La bella joven francesa, conocida en México sólo como Florence Cassez…”. Se trata de un tratamiento poco simétrico entre los sexos, pues se prioriza una característica física (el que es bella) de la mujer en mención, mientras que los hombres que son mencionados en el resto del texto son nombrados por su cargo en la sociedad: “…encabezado por el presidente Peña Nieto…”.


El uso muchas veces abusivo del masculino genérico conlleva a otro vicio sexista en el lenguaje, en ocasiones casi imperceptible. A modo de explicación: el masculino genérico es el género gramatical en donde están incluidos los dos sexos; por ejemplo escribir “los hombres a través de la historia…” para referirse a la humanidad en general. Cuando este genérico en un momento de la oración se convierte en masculino específico se denomina “salto semántico”. Lo anterior sucede cuando, por ejemplo, se escribe: “Los mexicanos prefieren la cerveza al cigarro; también prefieren las mujeres morenas a las rubias”. En la primera parte “los mexicanos” engloba a hombres y mujeres, pero en la segunda parte se ha limitado sólo a los hombres. Es una cuestión con la que hay que tener cuidado a la hora de redactar, pues prácticamente se deja fuera a la mujer del discurso. Aunque, por supuesto, también puede ocurrir a la inversa.


Se puede evitar el uso del masculino genérico y construcciones que puedan resultar ambiguas sin violentar las normas gramaticales. Hay que eludir el empleo de la barra (los/las profesionales de informática…), ya que no es adecuado para el periodismo pues es de difícil lectura y resulta poco económico lingüísticamente. También rechazar el uso de la arroba (niñ@s, mexican@s, alumn@s), puesto que no es un signo lingüístico y por tanto es impronunciable. Asimismo el uso de la letra x (profesorxs, funcionarixs). Recomiendo no utilizar los métodos recién mencionados, pues se tratan de soluciones fáciles que no contribuyen en nada a lo que es el objetivo del periodismo: comunicar con ideas claras. Para sustituir el masculino genérico existen opciones más inteligentes. Veamos.


Una de las formas más sencillas es utilizando sustantivos colectivos, por ejemplo cambiar los hombres por gente, los profesores por el profesorado, los ciudadanos por la ciudadanía, etcétera. En una nota de El Siglo de Torreón leemos: “Por otra parte, sobre las opiniones negativas que han manifestado los empresarios…”. En este caso resulta fácil sustituir el masculino genérico “los empresarios” por una forma colectiva, como lo es “el grupo empresarial”.


Cuando se utilizan sustantivos con una sola terminación para ambos géneros, pero éstos van acompañados de pronombres o artículos masculinos, igualmente se termina dando impresión de que se alude sólo a los hombres. Por ejemplo en esta nota de El Siglo de Torreón en donde se escribe: “Ochoa aclaró que lo único que funcionarios de Finanzas borraron fueron las firmas de los contratantes…”. Vemos que el sustantivo “contratante” posee una sola terminación (contratanta es errónea), pero va precedido por un artículo masculino (los). Podemos contar con varias soluciones. Una sería simplemente eliminar el artículo. También podemos, para evitar el uso del masculino, usar determinantes sin marca de género, como “cada” o “cualquiera”, quedando de la siguiente manera: “…las firmas de cada contratante…”. O bien se puede buscar otra construcción gramatical, por ejemplo: “Ochoa aclaró que lo único que funcionarios de Finanzas borraron fueron las firmas de las personas a quienes contrataron…”. Pues “personas” es un sustantivo genérico (engloba a mujeres y hombres), y “quienes” es un pronombre relativo.


Aun así el asunto de fondo no es tanto el uso abusivo del genérico masculino, sino la ideología sexista que subyace en la base de la parte de la sociedad que está informando y la parte que recibe esa información.


Existen varias razones que nos dan un mapa de por qué todavía subsiste algo de lenguaje sexista, aunque muchas veces casi no se note. Tal vez una razón que influye, mas no determina, es la poca ocupación de mujeres en puestos periodísticos (un 35% según menciona el manual anteriormente mencionado de la CIMAC). E incluso si los puestos fueran en aumento esto tampoco aseguraría el uso de un lenguaje menos sexista, pues sería suponer que todas las mujeres que entraran en el ámbito del periodismo mecánicamente fueran a portar una conciencia de género.


Otra razón la encontramos en la confusión que hay con el concepto de género y con los estigmas que carga la etiqueta de “feminismo”. Muchas personas permanecen en una confusión conceptual; confunden feminismo con hembrismo, también llamado mujerismo. Y por tanto, toman al feminismo como antónimo de machismo, piensan que esta corriente de pensamiento propone el empoderamiento de la mujer sobre el hombre, que el sexo masculino se tenga que subordinar al femenino. No es así. Se trata más bien de la igualdad basada en la diversidad, de una relación horizontal entre los sexos, de una lucha en contra del patriarcado, de relaciones colectivas, de un nuevo habitar de los espacios sociales, de que las personas estén menos condicionadas por su sexo a vivir ciertas experiencias. Feminismo no es enarbolado propiamente por las mujeres, existen (existimos) hombres feministas. La otra confusión viene con que el género es comúnmente tomado como sinónimo de sexo. Las palabras tienen género, no sexo; las personas tienen sexo y no género. Por consiguiente, la noticia debe tener género. La distinción radica en que el vocablo sexo se refiere a las diferencias biológicas existentes entre el hombre y la mujer; mientras que la palabra género, concepto que como tal es una parte importante de la teoría feminista, hace mención a que las diferencias que existen entre lo masculino y lo femenino son construcciones culturales y no hechos naturales o biológicos. Esta confusión engendra otro grave error: el utilizar el concepto de perspectiva de género sólo para aludir a las mujeres. Se piensa que al decir género estamos trayendo a mención la perspectiva femenina. Es un error. Sin embargo en el ámbito de los medios de comunicación y en el político se suele insistir en decir “cuestiones de género” para referirse a los problemas de discriminación hacia las mujeres, parece que con la intención de evitar esa estridencia de los asuntos feministas y de tratar de ser más objetivos a la hora de hablar de mujeres. Han hecho una reducción del término. 


En esta sociedad en donde el mundo está en general designado en masculino, comenzar a emplear un lenguaje más incluyente en los medios de comunicación sería un provechoso comienzo para que el papel de la mujer vaya ocupando un espacio en las esferas de lo público. Nombrar es reconocer que el otro y la otra existen.


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