La libertad de ser digitales

Texto publicado en el periódico kioSco nº81, marzo 2012.




Bun Alonso

Mario Vargas Llosa inicia su Diario de Irak diciendo: “Irak es el país más libre del mundo…” Tal afirmación parece disparatada, pero tras leer líneas más adelante caemos en cuenta de que no lo es en tal proporción, pues se trata de un país que, en el tiempo en que se publicó el libro, 2003, acababa de salir de una larga dictadura y ahora se encontraba con una libertad sin orden y, por lo tanto, se tornaba un caos, algo muy peligroso. Este símil funciona con el Internet.

Cuando la Web comenzó a comercializarse, es decir, a llegar a los hogares y a ser usada por el ciudadano común, fue como si un montón de migrantes llegaran para habitar la nueva tecnología. Personas que venían de la televisión y que por ello estaban acostumbradas solamente a la acción de sentarse y ver, ahora tenían de frente a una computadora en donde la acción no sólo se limitaba a ver, sino a interactuar de manera constante con otras personas y con archivos multimedia.

Se trató, entonces, de un poco de liberación de la dictadura televisiva y encontrarse en una casi infinita libertad en el mundo virtual. Pero tal cosa puede resultar una trampa, un engañoso mar de realidades simuladas por las cuales el usuario navega empapándose de montones de datos, figuras y formas. Una sensación de ahogo lo hace querer llegar a un puerto en el cual quedarse y sólo contemplar. Y así sucede. Los usuarios poco avezados terminan por enfrascarse en una actividad ociosa en Internet: el chat, los videojuegos, películas, etcétera. Por lo que el avance cultural que supone la Web, se queda en un enajenamiento.    

Por consiguiente, Internet resulta, y sigue resultando, unas puertas amplísimas por las cuales surge un desbordamiento de información para la persona no preparada para ello. De una actitud muy pasiva se da, casi de manera inmediata, un gran salto a la acción. 

El escritor italiano Giovanni Sartori en su libro Homo Videns. La sociedad teledirigida, define lo anterior de una manera muy contundente: “La verdad es que los digigeneracionales dicen libertad pero en realidad quieren decir (y es la única cosa de la que entienden) cantidad y velocidad…”  




Sin embargo, esto no ha significado que la televisión haya dejado de usarse; por el contrario, su uso sigue a la par que Internet o incluso se mantiene encendida al mismo tiempo en que se navega por la red, aumentando la carga de información suministrada al usuario.  

Se logra identificar, al menos, a dos tipos de usuarios de la red: los que la usan como herramienta de consulta y de información, y los que Sartori llama digigeneracionales y que aquí llamaremos “nativos digitales”.  

Los primeros son personas con cierta cultura adquirida, que seguirán leyendo libros aunque en Internet se encuentren de manera gratuita y por montones. Ellos son los que saben que demasiada libertad los puede asfixiar y sobrecargar de información que nunca será comprendida, y por eso mismo se ponen una barrera para protegerse de toda la información innecesaria. Toman esta postura porque su formación cultural estuvo antes de la llegada de Internet; no dependieron de él para su desarrollo. Es a esto a lo que todos los usuarios web debemos, o deberíamos, pretender llegar a ser. Aunque tampoco se trata de sólo ser usuarios “cultos” del Internet, pues también hay que saber aprovechar las posibilidades de entretenimiento que éste ofrece.     

Para los segundos, los nativos digitales, la navegación web se les presenta como una continuidad caótica de elementos virtuales que, como ya dije antes, los arraiga a sólo un rincón, del cual ya no querrán moverse. Según he observado, estos usuarios son, digámoslo así, más hiperactivos, debido a que crecieron y aprendieron a la par de esta tecnología, lo que los hace moverse con más confianza pero también con más desesperación por querer abarcar todo lo novedoso que hay en la Web.              

Citando de nuevo a Sartori, en el libro antes mencionando, observa lo siguiente: “El ciudadano global, el ciudadano del mundo, se siente de cualquier lugar y, así pues, está dispuesto a abrazar causas de toda naturaleza y de todas partes”. 

Hay que decir que lo anterior es en referencia a la televisión. Sin embargo, bien puede ser aplicado para el espacio Web. Se tienen horizontes amplios y se puede recorrer casi todo el mundo desde el monitor. El usuario se puede enterar desde su casa sobre las protestas que surgen en Grecia, Chile, Egipto; los ataques de Anonymous a sitios gubernamentales; los indignados de Wall Street o de España,  etcétera. Y entonces siente empatía por tal o cual causa y desde su trinchera apoya en lo que puede. Y no digo que esté mal, al contrario, el solidarizarse con algo que considera justo es una señal de que la tecnología no lo ha deshumanizado. El problema es el sentimiento de responsabilidad, lo cual es demasiado, y dispersará su atención sin poder centrarla en los asuntos locales o más inmediatos. Esto hablando cuando en verdad se interese por causas sociales, ya que también estará dispuesto a “abrazar causas de toda naturaleza”, por más disparatadas que parezcan. 

La libertad está ahí, sólo hay que cuidarse de no empacharse.        

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