Publicado en el periódico kioSco nº97, noviembre 2013.
En noviembre del año 2011, dentro del 2º Festival del Libro y la Lectura, llevado a cabo en la galería de arte contemporáneo del teatro Isauro Martínez de Torreón, participé junto a mi amigo y compañero Luis Alberto López en una charla titulada “Literatura en textos periodísticos”. Rescato, a continuación, algo de lo comentado aquella noche sobre la relación entre estas dos materias.
Manuel Buendía, periodista mexicano
asesinado en 1984 en la Ciudad de México, en una de sus charlas y
conferencias que brindó, alguna vez mencionó que el periodismo era la
segunda profesión más antigua del mundo; la justificación que él daba
era que al momento de haber surgido la primera profesión, por fuerza
tuvo que existir alguien que contara lo que pasaba con ella, y que ése
fue el primer periodista. Por otro lado, la literatura, aunque posterior
a la escritura, también tiene un origen antiquísimo. Pero es hasta en
años contemporáneos en que varios autores se atreven a mezclar ambas
disciplinas.
A mediados de la década de los 60 del
siglo pasado, en Estados Unidos, comienza el llamado Nuevo periodismo,
caracterizado por incluir características de la ficción literaria y
otros recursos estilísticos que se consideraban no apropiados para el
periodismo de esa época. Muchos identifican a Truman Capote, por su
famosa novela “A sangre fría” de 1966, como uno de los pioneros de este
estilo de periodismo (lo cual no carece de veracidad), pero se olvidan
de que en 1957 un periodista argentino llamado Rodolfo Walsh publicó la
novela “Operación masacre”, casi una década antes que la novela de
Capote.Lo que caracteriza a la novela de Walsh es que se trata de una
obra de “ficción periodística”, es decir, es la primera publicación que
captura un hecho real de manera novelada. El libro aborda los sucesos de
los llamados “fusilamientos de José León Suárez”, ocurridos en dicha
provincia de Buenos Aires, Argentina, apenas un año antes de publicada
la obra. Mientras que Capote publica 9 años después una obra en donde
con rigor periodístico siguió los rastros de una masacre cometida contra
una familia en un pueblo de Kansas. En aproximadamente 5 años de
investigación conoce a los pobladores, e incluso se vuelve amigo de los
dos homicidas, quienes se encontraban en prisión esperando a ser
ejecutados en la horca. Después de la publicación de la obra, el autor
declaró: “Escribir el libro no me resultó tan difícil como tener que
vivir con él”.
La historia está llena de ejemplos de
periodistas que dejaron el oficio para dedicarse completamente a la
literatura, o de periodistas que llevaron su oficio a la par con la
disciplina literaria (a la par y sin embargo separados), pero con la
llegada del Nuevo periodismo las dos corrientes se hermanaron,
transmitiendo con esto el mensaje a aquellos periodistas con inquietudes
literarias de que el periodismo ya no sería sólo el escalón para
llegar a la literatura.
Las dos profesiones están unidas por la
base de la comunicación; las dos comunican algo. La diferencia se
encuentra en cómo lo hacen y hacia quién va dirigido ese mensaje. Las
dos se unen bajo la primicia de ser actos comunicacionales, y como actos
que se encuentran siempre en un dinamismo ejercido mediante la palabra,
pueden unirse para formar un nuevo estilo de escritura. Y así se hizo.
Aunque para haber desplegado los puentes que unieron a ambas disciplinas
tuvieron que reconciliarse varias diferencias, tanto de una como de la
otra. Mientras que el ejercicio periodístico se entiende como una
función social que se encarga de recopilar datos de un acontecimiento de
interés general, convertirlos en información y después difundirla, con
la finalidad de informar a un público determinado, la literatura, por su
parte, comunica un relato que no precisamente corresponde al interés
general de una población y el objetivo, más que informar, es entretener.
Asimismo, el periodismo exige la exposición de la realidad de manera
objetiva y el otro género utiliza la fantasía aunada a la realidad. Sin
embargo el camino a la objetividad resulta a veces casi imposible, pues
si tomamos en cuenta que el solo hecho de elegir las palabras para
expresarse es un acto de los sujetos y no de los objetos, entonces
encontramos, partiendo de tal razonamiento, que este par de géneros son
más símiles que diferentes en ese punto. Otra diferencia muy marcada es
la rapidez con que se hace el periodismo y el tiempo de preparación que
se necesita para crear una obra literaria. Acerca de esto en una ocasión
el ya fallecido periodista mexicano Miguel Ángel Granados Chapa
expresó: “En efecto, la práctica periodística puede conspirar contra la
creación literaria en la medida en que el manejo rutinario del lenguaje
puede mellar las capacidades de expresión de un periodista,
particularmente de quienes están sujetos a los rigores de la información
cotidiana, los reporteros asignados a determinados sectores
informativos que tienen que escribir bajo una enorme presión. No siempre
disponen del tiempo ni de la capacidad reflexiva para quitar los
desaliños con que la prosa va fluyendo, porque la prioridad es que fluya
y no tanto que fluya conforme a determinados cánones”.
Existe también una interrelación en el
momento en que un periodista utiliza técnicas literarias para dotar a
sus columnas, crónicas, reportajes de cierta amenidad que pueda atraer a
más público, o en el momento en que un escritor de novelas o de
cuentos, y hasta algunos poetas, utilizan información verificada por el
periodismo para brindar credibilidad a sus obras, aunque lo que se esté
relatando no sea del todo real.
Al hacer periodismo literario se tendrá
muy en cuenta la cuestión de hasta qué grado es conveniente utilizar la
ficción, es decir, hasta dónde se puede hacer algo con la literatura y
qué es lo que éticamente corresponde hacer. Al respecto tenemos el
ejemplo de Janet Cooke que, siendo periodista para The Washington Post,
ganó el premio Pulitzer en 1981 en la categoría de reportajes. El texto
por el que se hizo acreedora a tal reconocimiento fue publicado un año
antes, y se titulaba “El mundo de Jimmy”. En él la periodista Cooke
relataba la historia de un niño de 8 años que consumía heroína, misma
que era administrada por su propia madre y por su padrastro. El texto
contenía todas las características propias de un reportaje:
declaraciones de la madre, opiniones de médicos sobre el abuso de las
drogas, opiniones de trabajadores sociales que habían tenido
acercamiento con pacientes adictos a la heroína, y descripciones del
ambiente. Sin embargo cuando, al atraer el caso de Jimmy la atención
pública, las autoridades buscaron al niño y a su mamá y éstos nunca
fueron localizados, Janet Cooke se vio obligada a decir la verdad: Jimmy
no existió, ella lo inventó todo. Tuvo, por consiguiente, que regresar
el Pulitzer. Días después de lo ocurrido, Gabriel García Márquez, quien
ejerció el periodismo y la literatura al mismo tiempo, cerraba uno de
sus artículos periodísticos de la siguiente manera: “Pues no habría sido
justo que le dieran el Premio Pulitzer de periodismo, pero en cambio
sería una injusticia mayor que no le dieran el de literatura”. En este
caso, la literatura se camufló de periodismo. Y casi pasa inadvertida.
Opiniones en contra y a favor del
maridaje entre periodismo y literatura siempre han existido. Por
ejemplo, en 1948 Salvador Novo, poeta mexicano, expresaba: “No se puede
alternar el santo ministerio de la maternidad, que es la literatura, con
el ejercicio de la prostitución que es el periodismo”. En la misma
línea se ubicaba el periodista y poeta Renato Leduc: “Yo no sabría si
calificar o clasificar al periodismo escrito como seudo literatura o
como sub-literatura, pero en todo caso no me atrevo a calificarlo de
literatura”. Del lado opuesto encontramos a Octavio Paz, quien durante
el recibimiento del premio Mariano de Cavia en España en 1995 mencionó:
“Con frecuencia oigo decir que el tiempo del periodismo es el del
instante, mientras que el de la poesía son los años y aun los siglos.
Vale la pena someter a prueba esta opinión. […] Los artículos no están
hechos para durar; sin embargo, unos cuantos, los mejores, sobreviven.
Lo mismo sucede con la poesía. La buena poesía moderna está impregnada
de periodismo. […] A mí me gustaría dejar unos pocos poemas con la
ligereza, el magnetismo y el poder de convicción de un buen artículo de
periódico… y un puñado de artículos con la espontaneidad, la concisión y
la transparencia de un poema”.
Para finalizar, hago notar algo que ya
García Márquez mencionaba, pero que conviene recordar para aquellos
interesados en hacer periodismo literario. Y es el asunto de que en el
periodismo un solo dato falso o inventado puede hacer perder legitimidad
a todos los demás datos verídicos; mientras que en la literatura un
solo dato real puede hacer real a todo lo demás que es ficción.
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