Algunos apuntes sobre la televisión de nuestros días


Publicado en el periódico kioSco nº99, enero 2014.  

Las siguientes son algunas características que podemos encontrar en la forma en que se ha venido produciendo televisión, algunas ya han sido señaladas por el escritor y analista de medios Gérard Imbert, sin embargo agrego algunas, además de tratar de aterrizarlas con ejemplos concretos de nuestra televisión mexicana.

Sabemos que en la televisión lo visual se sobrepone al intelecto, al proceso de reflexión, es decir, que se basa en el mirar como primera impresión de una realidad construida por la televisión, la telerrealidad (abordé un poco este tema en el kioSco número 93). Lo anterior es su principal y más fuerte primicia. De ahí surge una cadena de rasgos que han permitido a este medio de comunicación colocarse como el más importante, de mayor alcance y de mayor influencia.

Existe una función ritual, un proceso circular por el que se refuerzan los estereotipos y las identidades de siempre. En vez de promover el aprendizaje, apuesta a consolidar lo idéntico. Es estática en ese aspecto. Las telenovelas de hoy tienen el mismo argumento que las de hace 50 años: los personajes pobres que aspiran a subir de escala económica para ser socialmente aceptados, la muchacha pobre que se enamora del muchacho rico. A la televisión le encanta manejar estos pares dicotómicos: pobres y ricos. Le gustan tanto que incluso últimamente ha cambiado las formas, las ha puesto al revés. Como en la telenovela de Televisa, actualmente en transmisiones, “Qué pobres tan ricos”, donde una familia de ricos es la que ahora tiene que habitar en una casa junto a una familia de pobres y adaptarse al modo de vida de éstos. Ya no es como tradicionalmente se ha manejado: que los pobres, casi siempre en forma de servidumbre, tiene que habitar junto a los ricos en sus casas y ellos adaptarse a sus ritmos y peticiones.    

También se empieza a crear una familiaridad muy íntima de los personajes de televisión con el televidente. El medio crea sus propios ídolos y los espectadores empiezan a dar un valor emblemático a ciertos personajes de ficción. Los niños y jóvenes son los más vulnerables a esto. De aquí que veamos muy seguido en el programa “Acábatelo” de Multimedios a niños y niñas disfrazados de los personajes de dicho programa, junto a adolescentes que se hacen llamar “fans” de los miembros masculinos que aparecen allí.

Una característica más es la variedad que impide la especialización. La televisión presenta programas con temática variada, como los llamados “programas de revista” donde se alterna lo divertido y los espectáculos con temas científicos, políticos, etcétera. Se le presenta al televidente “un poco de todo”. Y es esta dinámica la que provoca la banalización del discurso al momento de abordar los temas serios y en verdad importantes para la sociedad, pues es poco el tiempo al aire que se asigna para cada asunto y por tanto  no hay una profundización real. A esto añadiendo que la mayoría de las veces es más importante el sujeto que el propio argumento que pueda portar, convirtiéndose en un enfrentamiento de personas más que de ideas. Esto sucede porque la televisión no usa la información para persuadir sino para fascinar y seducir. Se instaura el régimen de lo inmediato basado en la imagen, que es muchas veces desechable e intrascendente, una seducción pasajera. Contrario a lo que debe ser el conocimiento, acumulable y persuasivo. Seducir es un buen elemento para la manipulación colectiva porque permite introducir a las mentes una naturalización de modelos, de pautas de comportamiento y dicta además lo que es éticamente correcto o incorrecto, no desde la racionalización sino desde lo emotivo. Es un juego con las emociones del espectador y no un reto, una persuasión a su intelecto. Por eso tenemos espectáculos montados en el altruismo como el Teletón, exhibiendo a niños y niñas con alguna discapacidad hasta el punto de conmover. Mas casi nunca presenta las condiciones sociales existentes y el engranaje que imposibilita la adecuada atención médica a esos niños. Es decir, no se cuestiona el punto de que el Estado mexicano debería garantizarles un tratamiento adecuado y que no lo está haciendo. Lo que hace es abandonar sus obligaciones y dejárselas a las empresas “socialmente responsables” o, lo que es lo mismo, a los comerciantes.

Dentro de esta misma característica también encontramos una tendencia a fusionar noticieros con “programas de revista”. De ahí que ahora veamos noticieros que incluyen en su espacio secciones de espectáculos de la farándula, de ejercicios físicos, de cocina, etcétera. En realidad esta variedad de temas que presenta la televisión, para Gérard Imbert no es más que una pésima aplicación de la democratización de la cultura, pues el discurso televisivo supone que toda clase de temas es para todo público y que al mismo tiempo merecen igual cantidad de espacio al aire y ser tratados con la misma superficialidad. Esto supone también una televisión egocéntrica al querer abarcar todos los temas y controlar toda la información posible, generalmente mediante temas insustanciales.

El egocentrismo de la televisión es otra característica de nuestros días fácilmente identificable. Es como si ésta mirara en ocasiones sólo a su propio ombligo. Y esto sucede cuando la televisión crea programación sobre sus propias producciones y se vuelve autorreferencial, como lo menciona Imbert. Recordemos que algunas telenovelas de Televisa al llegar a su capítulo final dedican tiempo extra a programación especial sobre el detrás de cámaras, entrevistas con los protagonistas, el director, los guionistas, etc. Al igual como en los programas de espectáculos, tal como “Ventaneando” de Tv Azteca, dedican una sección a comentar sobre lo ocurrido en el capítulo anterior de las telenovelas. Recordemos igualmente cuando en programas de comedia realizan referencias a personalidades de la misma empresa televisiva mediante parodias y sketches. Por ejemplo en programas de Multimedios Televisión, otra vez principalmente por el conducido por Mario Bezares, “Acábatelo”, observamos la aparición de personajes basados en personalidades de dicho medio. Lo mismo ocurre con Televisa y sus comediantes que imitan a artistas dentro de la empresa, como a Carmen Salinas o a Lucero, entre otros.

Pero lo importante de estas dinámicas es involucrar a los televidentes en su discurso cerrado y especular (ya no espectacular). He aquí que para lograr esto los programas que normalmente se desarrollan dentro de un espacio específico (un estudio de televisión), a veces sin público, otras veces con un mínimo de él, son trasladados a grandes espacios normalmente dedicados para multitudes. Por ejemplo programas vespertinos de entretenimiento o los matutinos de revista en ocasiones realizan grabaciones ante un público, ya sea en una plaza, un teatro o un auditorio. Hay los que incluso realizan giras por diversas ciudades (tenemos a “Las noches del futbol” con Ernesto Chavana en Multimedios). Se trata de mostrar el poder de convocatoria, de salir de su propio espacio, de desbordarse a sí misma y decir “mírenme, incluso allá afuera puedo llevar mi propia realidad e implantarla en la realidad de los televidentes”. Otro acto de egocentrismo más.  La televisión es el personaje en sí, y ya no se enfoca solamente anunciar productos sino que ahora se dedica también a anunciarse a sí misma.

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