Publicado en el periódico kioSco nº102, abril 2014.
Siempre
se vuelve necesario volver a hablar de la televisión, examinar sus
formas, sus contenidos y sus discursos. Más en estos tiempo donde parece
que la violencia ha terminado por inundar los contenidos.
Hay en la narrativa que la tv otorga a la
violencia un desplazamiento del interés en los hechos de importancia
socioeconómica hacia los hechos irrelevantes, es decir, que se sobrepone
el accidente minúsculo —las clásicas caídas y empujones en programas de
entretenimiento— al mayúsculo y con connotaciones verdaderamente
importantes. Pues a final de cuentas, estos pequeños accidentes dicen
más en términos emocionales.
Examinemos, a continuación, la manera en que la televisión actual maneja los sucesos que incluyen imágenes de violencia.
Generalmente el discurso esgrimido
realiza un rodeo narrativo alrededor de la muerte que parece inminente;
no la muestra por completo sino que la mantiene a raya, con una carga
simbólica que termina por dominar el discurso entero. Se basa en la
repetición de las escenas del accidente —el choque automovilístico,
la explosión, la caída, etcétera—, y vuelve una y otra vez a ellas.
Pero lo que subyace en estas repeticiones es una suerte de
invisibilización de las consecuencias y del engranaje social que
propició que tal accidente ocurriera —como pueden ser las condiciones
inadecuadas de una carretera o la falta de señalización debido a malos
manejos burocráticos, etcétera—. Irónicamente, la súper visibilidad de
la violencia invisibiliza los aspectos que la originan.
Lo anterior ha sido con mayor referencia a
las notas que aparecen en noticieros. Ahora, respecto a las escenas que
conllevan violencia pero que se muestran en programas de comedia y del
tipo familiar —programas de revista, realities show, etcétera—, sucede
por igual la misma repetición de imágenes
con el propósito de sustraer la carga trágica del accidente en
cuestión, como puede ser de la caída de algún conductor del programa o
de algún participante en uno de esos juegos y concursos denigrantes. Al
hecho violento se le carga un tratamiento humorístico, mismo que permite
hacer estallar la risa en los televidentes olvidándose, en la mayoría
de las ocasiones, del daño físico que ha sufrido la persona accidentada;
y por si fuera poco, el sujeto accidentado muchas veces queda
ridiculizado siendo objeto de burla. De sujeto pasa a ser parte de una imagen que es consumida como objeto de entretenimiento.
Para domesticar —volver
aceptable— el relato, este tipo de programas se vale de varios recursos
narrativos, como lo son el comentario sarcástico o gracioso de alguno
de los conductores, embadurnar la escena del accidente con música
y sonidos que la alegran y, por supuesto, la ya mencionada constante
repetición de ella. Así, pasan desapercibidos los efectos del accidente
en el cuerpo de quien lo sufrió. Y en el caso de que el involucrado en
el accidente sea un miembro de la conducción del programa, se le hace
ver a éste como un profesional comprometido con el público, pues sus
sacrificios y puesta en riesgo de su integridad física es en pos del
entretenimiento familiar. Nosotros, como televidentes, debemos sentirnos
agradecidos por tener en nuestra televisión a tan arriesgados y
profesionales conductores. En el caso de que el afectado haya sido un
participante del público, también debe sentirse agradecido para con el
programa televisivo, pues la benevolencia de los productores le ha
permitido al participante haber sido por unos minutos una estrella de
tv, de haber sido el centro de atención y diversión de probablemente
cientos de miles de espectadores gracias a la oportunidad que se le dio
de aparecer en dicho espacio televisivo.
Para finalizar, otra cosa sucede con las
telenovelas, donde a las escenas violentas no se les trata de disminuir
su efecto dramático sino que, al contrario, se busca intensificar tal
efecto. En concordancia con el estilo narrativo de las telenovelas, la
violencia se presenta de manera plana y lineal: hay violencia buena y
mala, hay personajes que sí merecen ser violentados y hay los que no lo
merecen. Este formato televisivo siempre nos muestra la misma
conformación de binomios: personajes buenos y malvados, ricos y pobres,
donde a cada clasificación le corresponde cierta violencia. Por ejemplo,
los personajes que son manejados como “los buenos”, durante el
transcurso de la telenovela les ocurren accidentes injustos,
inmerecidos, pero al final vemos que la víctima ha superado felizmente
su desgracia y sale triunfante. En cuanto a “los malos”, el accidente o
la desgracia fatal que le ocurre es totalmente merecida y se toma como
una consecuencia natural de sus actos. Entonces, vemos que se manejan
dos discursos en cuanto a la violencia: la inmerecida por caer sobre los
personajes benévolos, y la merecida por azotar a los malvados.
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