Gobierno contra estudiantes: La noche de Carlos


Publicado en la gaceta La Grieta del Desierto, del colectivo Los Nadies. Nº14, marzo 2015


Entrevista con dos normalistas de Ayotzinapa (1ª parte de dos)
Bun Alonso

A principios de febrero dos estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa estuvieron en Monterrey compartiendo su lucha y conociendo la de otros. Días después viajaron para Torreón con el mismo fin. Uno de los normalistas es sobreviviente de los ataques policiales del 26 de septiembre del año pasado en Iguala, Guerrero. En la ciudad regia tuve la oportunidad de charlar con ellos. Ésta es la primera parte.

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El viernes 26 de septiembre por la mañana varios normalistas de Ayotzinapa partieron hacia Chilpancingo. Querían tomar autobuses pero policías federales y municipales lo impidieron. Tenían el objetivo de salir a botear y juntar recursos para, semanas más tarde, viajar a la conmemoración de la Matanza de Tlatelolco en la Ciudad de México. Regresaron a su escuela y comieron. En ese momento la base estudiantil de la FECSM (Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México) se reunió y tomó la decisión de ir a Iguala. Alrededor de las cinco de la tarde los estudiantes, la mayoría de primer grado, salieron hacia allá, menciona Carlos Tlatempa, quien esa tarde fue parte de los poco más de 100 normalistas que fueron a botear a Iguala.

—Se tomó la decisión de no entrar al pueblo porque no conocíamos la ruta, sabíamos que era muy complicado. Sólo era llegar a la caseta de cobro y ya. Se tomó un autobús, se subieron alrededor de 10 compañeros y hablaron con el chofer. El chofer dijo que sí, pero con la condición de que llevaran a los pasajeros hasta la central. Ya llegando allá encerraron a los compañeros, ya no los dejaron salir de la central. Y es cuando nos llaman a nosotros. Ahí nos dijeron que ya habían agarrado a los compas, que teníamos que ir por ellos, no los podíamos dejar allá. Nosotros llevábamos dos autobuses de Estrella de Oro. Llegando allá se tomaron tres autobuses: dos Costa Line y uno de la Flecha Roja. Yo me subí al Flecha Roja, nos echamos de reversa y salimos por el lado sur de la terminal. El chofer iba deteniéndose porque decía que no llevaba ropa; el caso es que se iba demorando. Al llegar al último puente de Iguala, poco antes, nos avisan que había caído un compañero, que ya lo habían matado, que había recibido un impacto en la cabeza de bala. Llegamos a la terminal y ya estaba un autobús allí que lo habían balaceado también, era uno de los que nosotros llevábamos. Estaba resguardado por los policías municipales. Policías Federales de Caminos se acercan a nosotros y nos quitan los autobuses apuntándonos. En un primer momento bajan al chofer, le dicen que quién está a bordo del autobús y él le contestó que éramos chavos. Nos bajaron a la fuerza. Nosotros les decimos por qué nos apuntan, que no tienen el derecho de apuntarle a ningún estudiante. Les dijimos que éramos de Ayotzinapa. Nos amenazan que si nos subimos al autobús nos iban a disparar. Entonces salimos caminando hacia el pueblo. Ahí decidimos dejar el autobús pero ya cuando pudimos correr, corrimos…

Lo siguiente que Carlos narra es que corrieron y un señor en una camioneta les gritó que se fueran hacia el cerro. Que subieron y encontraron una casa abandonada, donde se escondieron. Que después siguieron caminando porque los policías los estaban siguiendo. Que la lluvia estaba muy fuerte y así bajaron a un puente. Que ahí los policías los vieron y tuvieron que correr más. Que cuatro compañeros se separaron del grupo y se escondieron entre los arbustos. Y que cuando desaparecieron de la mirada de los policías, tuvieron que caminar alrededor de cinco kilómetros en busca de sus compañeros. Que cruzaron otro puente hasta llegar a una mini central de autobuses Costa Line (aquí eran 14 los que seguían juntos). Que más adelante unas 10 patrullas los rodearon y los policías nuevamente le empezaron a apuntar. Que justo ahí había otro puente por el que empezaron a correr y los policías a dispararles. Que una señora comenzó a gritarle a los policías que no dispararan, que ellos no habían hecho nada. Que un señor se negó a esconderlos en su casa, pero que la señora sí los aceptó en la suya. Que 10 de ellos se metieron pero los otros cuatro siguieron corriendo por el cerro, entre la lluvia, hasta llegar a un pueblo. Que ya era como la una de la madrugada y que estuvieron en esa casa hasta las seis de la mañana.

—Saliéndonos de la casa empezamos a buscar a los compañeros, y no, no aparecieron. Nos vamos a la misma mini central y ahí estaba una parota y ahí nos estamos un rato esperando noticias. Es cuando nos dicen que mataron a más compañeros. En un primer momento dijeron que era el compañero Yosivani. Entonces recibimos la llamada de un compañero que nos dice que ya nos están buscando, que dónde andamos, que andan con la policía ministerial buscándonos. Y nosotros les decimos que por qué andan con ellos si la misma policía nos había disparado.

Cuando la patrulla llegó, Carlos y sus compañeros no supieron si salir corriendo o qué hacer. Los policías les gritaron que no corrieran, que uno de sus compañeros venía con ellos. Se subieron y los llevaron al Ministerio Público a declarar, donde ya se encontraban otros normalistas más. Alrededor de las ocho de la mañana llegaron también sus cuatro compañeros que se habían extraviado en la madrugada.

—¿Los choferes de los autobuses rindieron declaración? —le pregunté a Carlos.

—Suponemos que a los choferes los amenazan, que no den ninguna versión porque si no los despedían. Ellos no han dado ninguna declaración de los hechos, y yo creo que es algo fundamental que ellos también declaren. Pero ahí, más que nada, sus jefes de ellos pues los obligan a no declarar porque les van a quitar el trabajo si hablan.

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Después de esa noche, Carlos Tlatempa decidió regresar a su casa, al lado de su esposa. No quería ya volver a la normal rural. Tenía miedo. Pero al pasar los días y enterarse de todo lo que se estaba diciendo en los medios de comunicación, su conciencia, su indignación, su rabia estallaron. Le dijo a su esposa que no podía quedarse en casa, que tenía que regresar. Desde entonces aquí está, más convencido que nunca de la lucha.

De los normalistas que salieron esa tarde del 26 de septiembre de su escuela, regresaron la mitad.

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