Sí hay mujeres: una historia de tantas



Crónica publicada en Revista de Coahuila n° 283, abril 2015


Bun Alonso 

UNO
Ésta es la historia de —llamémosla— Karina, pero también puede llamarse Mayela, Dulce, Luisa, Yolanda, María, y de otras tantas maneras. Karina hoy tiene —digamos— veintisiete años, pero bien puede tener veintidós, treinta y cinco o cincuenta. Cuando tenía quince se hizo novia de un muchacho cinco años mayor que ella llamado —pongámosle— Alfredo, pero que bien puede llamarse de cualquier otra manera que se les ocurra y que estudiaba en una prestigiosa universidad de Torreón. Años más tarde, y casi al concluir esta historia, Karina se encontrará en la ciudad de Durango con Julieta Hernández Camargo, presidenta fundadora de la organización Sí hay mujeres en Durango, una asociación que da acompañamiento legal a mujeres que sufren violencia de todo tipo. 

Alfredo era un novio fantasioso nacido en una importante familia dueña de una constructora. Le contaba a Karina que a sus exnovias las llevaba a viajar en aviones privados por el mundo. Ella se maravillaba, sentía una especie de protección. Tras un año de relación, resultó embarazada. Alfredo la convenció de que abortara porque él apenas estaba estudiando y no podía darles esa sorpresa a sus padres, que no, no podía. Por eso Karina se tomó las pastillas que le dio un conocido con quien la llevó Alfredo. Pero mala idea: tenía ya dos meses de embarazo. Casi estaba en el límite en que un aborto es factible. Tenía que haber arrojado al feto sin mayor problema, pero eso no pasó. Unos cólicos horribles la mandaron al hospital. Otros problemas se avecinaron: la madre de Karina no sabía quién era el padre y ella estaba aferrada a no decírselo. Al final tuvo que ceder. Debido a que el feto se había vuelto perjudicial para su salud, en el hospital le practicaron un aborto médico. Pero allí tuvo que enfrentarse a otro tipo de violencia: una que se ejerce cuando la moral y los estigmas se sobreponen al ejercicio profesional. Cuando el doctor extrajo el feto, se lo arrojó en el pecho mientras le decía: “Aquí está su bebé; era varón”.

Julieta Hernández Camargo, presidenta fundadora
de Sí hay mujeres en Durango.
El doctor intentó ser un objetor de conciencia, me dijo después la señora Julieta Hernández, que un doctor puede serlo, pero un hospital no y que todos los hospitales están obligados a tener doctores no objetores de conciencia. Una objeción de conciencia ocurre cuando alguien se niega a acatar una ley o a dar un servicio poniendo como pretexto sus creencias religiosas y éticas. La Norma Oficial Mexicana 046 de la Secretaría de Salud establece en el numeral 6.4.2.8 que “las instituciones públicas de atención médica, deberán contar con médicos y enfermeras capacitados en procedimientos de aborto médico no objetores de conciencia. Si en el momento de la solicitud de atención no se pudiera prestar el servicio de manera oportuna y adecuada, se deberá referir de inmediato a la usuaria, a una unidad de salud que cuente con este tipo de personal y con infraestructura de atención con calidad”.

Karina no contó con ese tipo de personal que dice la ley ni con atención de calidad. Esa experiencia inevitablemente le causó estragos. En ese entonces Karina era una niña de dieciséis años. Por un tiempo, tuvo que tomar Lexotan, unas pastillas para los nervios porque no podía dormir. El noviazgo siguió. Karina quería estudiar comunicación y estar frente a las cámaras. El gusto le había surgido por un primo suyo que conducía un telediario. Estando ella aún en preparatoria, logró incursionar un poco en la televisión: daba el clima y grababa cápsulas de entretenimiento. Pero poco a poco fue alejándose de eso por la presión que ejercía Alfredo. Y con ello, se alejó también de su deseo de estudiar comunicación cuando se graduara de prepa.

Volvió a quedar embarazada, pero esta ocasión decidió que no volvería a abortar. Si Alfredo insistía nuevamente en hacerlo, ella se mantendría firme y no lo haría, no iba a volver a pasar por otra experiencia igual, no, definitivamente no lo haría. Él aceptó. Sin embargo, sin avisar, Alfredo se fue a la ciudad de Durango y allá duró algunos meses. Regresó cuando ella tenía seis meses de embarazo con el pretexto de que fue a trabajar en la constructora de su padre para obtener dinero para cuando naciera la bebé —porque fue una niña, una niña que hoy tendrá unos seis años. Alfredo regresó con un nuevo plan en mente: convencer a Karina de que se fuera con él a vivir a Durango. Así lo hizo. En unos días, ya estaban allá: viviendo en una casa rentada que era parte de la constructora del papá de Alfredo, una casa que, más que una casa, era sólo un pie de casa.  Él por fin tenía todo el control sobre ella. La había logrado mover como pieza en un tablero a la mejor posición para él: en una ciudad donde Karina nunca había puesto un pie y donde por supuesto no conocía a nadie. Pasaba todos los días encerrada en un cuartucho pues Alfredo le prohibía salir. La insultaba constantemente. Karina le insistía que por qué la tenía en esa casa casi en obra negra y encima pagando renta si bien su papá podría prestarle alguna otra en mejores condiciones.


DOS
Le pregunté a Julieta Hernández, la presidenta de Sí hay mujeres en Durango, qué era lo que mantenía a mujeres como Karina unidas a su pareja. Me respondió que, por una parte, la codependencia,  pues existe el miedo a la soledad, a no poder vivir sin la pareja, esposo o exesposo, y me dio un ejemplo: “Fue a verme una mujer que sufre violencia; no está casada, él no trabaja, ella lo mantiene y no se anima a dejarlo, dice que él no se quiere ir. Este caso no se entiende a menos que consideremos esta enfermedad, que es la codependencia”.

Me comentó también que alguien como Alfredo es alguien enfermo de celotipia, una paranoia, una obsesión que carcome por el miedo de ser sustituido por otro u otra, por eso Alfredo tenía baja autoestima y por eso pretendió alejar a Karina de su entorno, dejarla aislada para debilitarla y con pocas posibilidades de redes de apoyo.


TRES
Un solo deseo tenía Karina: que su hija naciera en Torreón. Alfredo le permitió regresar con ocho meses de embarazo a casa de su mamá. La niña finalmente nació sin problema alguno, y Karina volvió a la ciudad de Durango con su hija de apenas un mes de vida. Las cosas parecían mejorar: se casaron, los padres de Alfredo, que vivían en Durango, decidieron apoyarlos económicamente, les prestaron una mejor casa, le empezaron a pagar a Karina una carrera universitaria mientras la madre de Alfredo cuidaba a la niña, y él decide seguir estudiando su carrera de ingeniero civil. Pero sólo parecían, porque si Karina entró a la universidad, fue a la carrera de mercadotecnia, que Alfredo eligió, y no a la que ella quería; porque si él fue a la universidad a inscribirse, fue sólo a eso porque en realidad nunca se paró a una clase, en cambio se quedaba despierto hasta muy de madrugada jugando un videojuego que le permitía apostar en línea. Cuando los papás se enteraron, lo mandaron a trabajar a la constructora y le dieron una camioneta. Fue como un premio para él. La camioneta, el ganar dinero le hicieron sentir que tenía poder. Los insultos y los maltratos incrementaron. Insultos sexuales que ponían a Karina como objeto desahuciado por el placer. Ella los aguantó, los soportó hasta que una noche Alfredo llegó borracho y la obligó a tener sexo anal. Ahí fue el límite. Karina tomó a su hija, que ya tenía un año y ocho meses, y regresó a Torreón para nunca más regresar a Durango. O eso pensaba.

En opinión de Julieta, el machismo recurre a los insultos de índole sexual porque se considera a la sexualidad como algo privado y secreto, y porque existe una cultura donde a las mujeres se les enseña que la sexualidad sólo se ejerce con quien te casas y que es malo tener relaciones sexuales con varias personas. “Esto está tan metido en el subconsciente femenino, igual en el imaginario colectivo, y tiene que ver con el lenguaje; se explica claramente cuando hablamos de ‘una zorra’, que nos referimos a una prostituta, y de ‘un zorro’ cuando nos referimos a un hombre audaz. La mayor forma de humillar a una mujer es a través de ese tema. En las guerras, incluso, los ganadores ratifican su triunfo violando a las mujeres de los perdedores”.


CUATRO
Ahora camino junto con Karina y su pequeña hija por las calles de una colonia del oriente de Torreón. Le va diciendo que se adelante, que corra, que haga unas carreritas de aquí a la esquina porque no quiere que escuche lo que me va contando.

Cuando regresó a Torreón, Karina sólo le pidió a Alfredo que la siguiera apoyando económicamente para terminar su carrera. Él aceptó pero le puso una condición: que no saliera con nadie más o dejaría de apoyarlas, tanto a ella como a su hija, aunque después de un tiempo Karina vio en Facebook que él tenía una novia. Alfredo le comentó que ya estaban divorciados por la modalidad exprés y que no hubo necesidad de que ella acudiera a firmar papeles. En ocasiones él se llevaba a la niña a pasar unos días en Durango, sin mayor problema. En Torreón, Karina obtuvo la custodia de la niña. Al paso del tiempo, empezó a salir con alguien más. Mantuvo su noviazgo oculto por un año por miedo de que Alfredo fuera a tomar represalias. Pero un buen día decidió dejar de ocultarlo. Al poco tiempo se casaron. No pareció ocurrir nada. Karina quedó embarazada de su nueva pareja: un varoncito llegaría en esta ocasión. Tampoco pareció ocurrir nada con Alfredo. Fue hasta cuando tenía ochos meses de embarazo que Alfredo pidió llevarse a la niña con él para pasar la Semana Santa. Transcurrió el tiempo acordado y no regresaba. Karina, a  punto de dar a luz, se enteró de que fue demandada por bigamia y abandono. El divorcio exprés del que se jactó Alfredo nunca existió. Con engaños y gracias a que las leyes del estado de Durango y de Coahuila son diferentes y están llenas de baches, una jueza le otorgó a Alfredo la custodia provisional a pesar de que Karina ya la tenía. Sin dudarlo, Karina tomó un autobús hacia Durango. Afuera de la casa de Alfredo la escena se puso como de película: una lluvia arreciaba la ciudad y Karina, empapada, suplicaba de rodillas para que le regresara a su hija. Además, la nueva vida que traía dentro no quería esperar más. Los dolores del parto comenzaron a arreciar tanto como la lluvia. Karina tuvo que regresar a Torreón rápidamente, sin su hija pero con un hijo al que ya le urgía pegar el primer llanto afuera de su madre.   

El bebé nació saludable pero con él parecieron morirse las ganas de Karina por ser nuevamente madre. Para ella, su otra mitad estaba en otro lado. Había entrado en una especie de depresión post-parto de la que tuvo que esforzarse por salir pronto. Ella, junto con su madre, regresó a Durango. Pero tenían poco dinero. Pasaron unos días en un hotel hasta que se les acabó y tuvieron que dormir una noche en la central de autobuses. En esos días, casi por casualidad, conoció a Julieta Hernández. Una tarde Karina se soltó llorando afuera de una tienda. La señora que la atendía le preguntó que qué ocurría. Karina le contó un poco de su historia y la señora le recomendó que fuera con la asociación Sí hay mujeres en Durango. Así Julieta y ella se conocieron y desde entonces una abogada de la asociación la ha acompañado legalmente. Iniciaron un proceso donde se le dijo a la jueza que Alfredo había mentido, que la niña vivía con su mamá en Torreón. Las mentiras se descubrieron y entonces las autoridades ordenaron que la niña volviera con la madre. Para entonces, una tía de Karina las había puesto en contacto con una amiga de ella. Se estaban quedando en casa de la amiga y su hijo, de oficio taxista, se ofreció para llevar a Karina a casa de Alfredo y ahí vigilarlo día y noche a que saliera y poder entregarle los papeles que le permitirían volver con su hija. Ahí aguardaron toda una noche esperando a que saliera y hacerle frente. Y entonces, cuando fue muy de madrugada y cuando ya para algún vecino pareció extraño que un hombre y una mujer siguieran dentro de un auto en una calle sola, llegaron unos policías. Karina les explicó todo lo que pasaba, les mostró los papeles con los que iba a recuperar a su hija. “Pues venimos de una vieja”, oyó decir a uno de ellos. “Pues no tenemos la orden de hacerlo, pero lo vamos a hacer”, dijeron después de escuchar la historia de Karina. Entonces llamaron a otros policías más. Cuando llegaron, tocaron a la puerta de Alfredo. Después de un rato abrió. “Buenas noches, hermano, venimos por la niña”, dijeron. Alfredo les azotó la puerta en la cara. Los policías entraron a la fuerza y mientras algunos de ellos iban por la niña, los otros se encargaron de darle una golpiza a Alfredo. Días después, Alfredo demandó a los policías que lo golpearon y trató de intimidar diciendo que tenía nexos con el gobernador de Durango, Jorge Herrera Caldera. 


CINCO
Después de estos hechos, Julieta Hernández recibió amenazas por ayudar a Karina a recuperar a su hija. “Este tipo es de los pocos que me han amenazado. Cuando mandé abogada a defender a Karina, me mandó decir que no sabía con quién me metía, que el gobernador ya sabía. Mi respuesta fue que el gobernador está a favor de la ley”.

Alfredo es hijo de un constructor que fue presidente de la Cámara de la Industria de la Construcción de Durango, pero en realidad ya no estaba en el ánimo del gobernador actual, dijo Julieta. Ahora Karina sabe, por medio de ella, que a los policías que la ayudaron sólo los suspendieron unos días. Eso la hace sentir aliviada. La que sí fue sancionada, fue la jueza que otorgó la custodia a Alfredo cuando Karina ya la tenía en Torreón. 

En realidad, esta historia no concluye porque el proceso legal aún sigue abierto. Alfredo, se supone, tiene que acudir cierto tiempo a Torreón a firmar, pero no se ha presentado en meses. Si sigue sin aparecer, Karina obtendrá por completo la patria potestad de su hija. Mientras tanto, vive con el miedo de que él vuelva a llevarse a la niña. Procura no estar mucho tiempo en la calle con su hija ni acudir a lugares concurridos. Por eso fue que me pidió que cambiara los nombres en este texto. Pasó cinco meses sin su hija y no quiere hoy volver a pasar uno solo lejos de ella.

Comentarios