Texto publicado en Revista de Coahuila n°303, diciembre 2016.
Bun
Alonso
La Plaza de Armas de Torreón fue el punto de reunión para la
marcha del 25N, nombrada así debido al 25 de noviembre: Día contra las
violencias machistas y el feminicidio. Eran pasadas las seis de la tarde y comenzaba
a anochecer. Había mujeres con veladoras aún sin encender mientras otras
preguntaban y esperaban por unas playeras que habían mandado a hacer
exclusivamente para este día y que no llegaban. Entre ese grupo que se
preparaba para salir a la marcha —unas 130 personas—, estaba Rosa María Rocha
González.
Dos días más tarde,
me contaba su historia, que era la historia de su hija Dana Milagros Cigarroa
Rocha. Que era la historia de un feminicidio en Torreón. Cuando niña, Dana se
había ido junto con su mamá a vivir a Dallas, Texas. En algún momento, Rosa
María, su madre, había conocido a un mexicano allá, se habían casado, tenido
hijos. Regresaron a Torreón cuando Dana tenía 16 años. El esposo de su madre se
había quedado en Dallas. Pero Dana no quería que sus hermanos crecieran sin su
padre como ella lo había hecho. Le propone a su madre que se regrese, que ella
se quedaba ahí con su abuela. Rosa María accede y regresa a Dallas. Desde
entonces sólo los vería crecer, a ella y posteriormente a sus nietos, mediante
fotografías, la única manera en que podía seguirle la pista al tiempo.
Al poco
tiempo, Dana conoció a Roberto García Estrada, un chico de una colonia vecina.
Se hicieron novios, quedó embarazada, su madre le dice bueno pues no eres la
primera ni la última, pues sabes que como quiera cuentas conmigo. El chico, por
su parte, le dice que le corresponderá con el bebé en camino y que quiere
casarse. Su madre le vuelve a aconsejar: si te vas a casar, que sea por amor,
no por obligación porque ya estás embarazada. Y su hija sí, que sí era por
amor.
Se casan.
Tienen dos hijos, una niña y después vendría un niño. Rosa María, la madre y
ahora abuela, les manda dinero, está al pendiente de todo lo que necesitan. Así
pasan cerca de diez años. Roberto comienza a consumir drogas y Dana a ser
víctima de violencia doméstica. Él empieza a pedir préstamos en su trabajo que
luego, junto con el crédito de su casa, se lo rebajan del sueldo. Al final,
quedaban alrededor de 300 pesos para la semana.
Ella buscaba el divorcio pero se había
arrepentido luego. Un sábado la pareja e hijos acuden con la familia de Roberto
a un convivio. Por la noche, al regresar a casa, Dana y Roberto comenzarían a
discutir. Él tomaría un cuchillo de la cocina que clavaría en el costado
derecho del tórax de ella. Dana todavía alcanzaría a salir a la calle en busca
de ayuda. Unos vecinos la auxiliarán. Roberto intentaría obligarla a regresar,
así herida, a casa. Dana iría en la ambulancia todavía consciente, suplicando a
los paramédicos que hicieran todo lo posible para que no muriera, que no quería
morirse, que sus hijos. Moriría horas más tarde en un hospital. Era la
madrugada del domingo 11 de octubre de 2015. Ella tenía 26 años. Él, 29.
Ahora,
un año y un mes después, Rosa María participa en la marcha del 25N. La marcha
recorre la avenida Morelos, donde ahora está casi terminado el Paseo Morelos.
La mayor parte del lugar está oscuro y hay poca gente por la calle. Una señora
de baja estatura usa un megáfono para animar el grito de las consignas, aunque
más tarde parece olvidarlo y decide gritar con sólo la fuerza de su garganta.
Rosa María se enteró cuando su esposo llegó con la noticia al cine donde ella trabaja desde hace años haciendo la limpieza por la noche.
—Llega llorando, golpeando las sillas, y pues yo me alerto. Entonces yo le pregunto insistentemente que qué es lo que pasa, que qué tiene, qué pasó. Entonces él llorando me dice que el esposo de mi hija la había apuñalado.
Se van a casa y Rosa María empieza a hablar por teléfono con sus sobrinas y hermanos. Ella quiere regresar inmediatamente pero le dicen que se espere, que su hija sigue internada, que Dios quiera y no pase a mayores. Al poco tiempo, nadie le contesta las llamadas y mensajes.
—Ya como a las seis, más o menos, me habla mi hermano y me dice que si estoy sola o si está mi esposo conmigo. Le digo estoy sola. Pero cuando él me dice eso ya presientes.
De madrugada, Rosa María llegaba sola a Torreón, desde Dallas, directo a la velación preguntando por sus nietos, que estaban en casa de una sobrina. Y entonces fue a conocer en persona, por fin, a esos niños. Ya en el lugar, su sobrina le preguntaba a la niña, la mayor, que si sabía por qué estaba su abuela aquí, ¿te acuerdas lo qué pasó con tu mamá? Y la niña respondía sí, que se acordaba lo que había pasado. Luego su sobrina y sus hermanas, que también estaban presentes, volteaban a ver a Rosa María instándola a que le diera la noticia.
—Pero
yo no pude decírselo, o sea, se me hacía un nudo en la garganta que no podía yo
ni hablar. Y ya mi hermana es la que les dice a los niños que su mamá falleció.
Y la
niña que soltaba entonces un llanto con mucho dolor, lo recordaba ahora Rosa
María, y que no se explicaba, que decía por qué su mamá, por qué a ella tenía
que habérsela llevado. Nieta y abuela se abrazaban después. Abuela, ¿por qué es
tan injusto? Y la abuela que no podía responder nada porque el nudo en la
garganta seguía ahí impidiéndole decir cualquier cosa.
Hay quienes opinan que violencia es violencia en cualquiera de sus formas, que la palabra «feminicidio» sobra y que, en todo caso, debería llamarse «humanicidio». Lo mismo ocurre con «feminismo»: eso está mal, dicen, si tanto buscan igualdad, ¿por qué no se llama «igualismo»?, se preguntan.
Pero eliminar esos conceptos es bogar por hacer invisible todo un contexto social, una estructura de poder que históricamente ha privilegiado a un género. Es, también, eliminar cualquier posibilidad de entender esa violencia —y para evitar esa violencia, antes es necesario entenderla. Porque es diferente que te maten a que te maten por ser lo que eres.
Ahora, cerca de una hora después, la marcha ha llegado a su destino. Hay una tarima frente a la Fuente del Pensador de la Alameda. Los participantes se acomodan en una media luna delante de ella. Debajo, un breve altar formado con rejas de madera y una cruz rosa con una leyenda muy obvia: El machismo mata. Habrá música, pronunciamientos, y un grupo de tambores.
—Qué
bonita, ¿verdad? —le decía una señora a otra extendiendo su playera
conmemorativa del #25N, esas que habían tardado en llegar pero que, a fin de
cuentas, habían llegado.
Roberto hoy está en la cárcel esperando sentencia. Rosa María sigue aquí en Torreón luchando por obtener la patria potestad de sus nietos —de seis años el niño, de nueve la niña— y poder volver con ellos a Dallas.
—Yo no me quiero ir sin ellos porque es dejarles en ¿qué manos? ¿En la familia de él? Imagínese, si no supieron educar a su hijo, mucho menos van a poder educar a mis nietos, que son mis hijos ya, porque no son mis nietos, son mis hijos.
***
Probablemente, 20 años atrás pocos habían escuchado
pronunciar el término feminicidio en México.
Fue Marcela Lagarde, antropóloga feminista, la que lo introdujo en el país y en
América Latina. Basada en los trabajos de Diana Russell, Jill Radford y demás
investigadoras, quienes habían publicado el libro Femicide: The politics of woman killing, Lagarde tomó el término femicide y lo tradujo como feminicidio.
En realidad, la traducción correcta habría sido femicidio, pero ésta, al ser la
voz homóloga de homicidio, significaba sólo homicidio de mujeres. En cambio, Lagarde
propone feminicidio y que este término abarque todas las violaciones a los
derechos humanos de mujeres y niñas.
Para ella, el feminicidio es un crimen de Estado: por ser parte estructural del problema debido a su característica patriarcal, ayuda en la preservación de dicho orden, un orden que privilegia al género masculino. Además de que sus instituciones no ofrecen los mecanismos adecuados para prevenir y castigar el feminicidio.
Sólo en noviembre de este año, en Torreón se presentó una escalada de homicidios de mujeres a los que se les negó la tipificación de feminicidio. El alcalde Miguel Riquelme dijo a los medios locales que no contaban con las características necesarias para ser tipificados de esa manera.
María Elena de la Fuente Cepeda también fue una de las personas que acudieron a la marcha del 25N aquella noche. El caso de su hija Cecilia Eguía de la Fuente fue seguido muy de cerca por los medios cuando se reportó como desaparecida el dos de octubre de 2014. Su foto —la sonrisa amplia— recorrió por algunos días las redes sociales. Hasta que fue encontrada el cinco de octubre en los terrenos de exhacienda La Perla. Su cuerpo, entre matorrales, presentaba signos de asfixia.
Cecilia
había conocido a Edgar Contreras Castro cuando ella apenas tenía 13 años y él
16. Se hicieron novios cuando Cecilia tenía 15 y se casó cuando cumplió los 17.
Al principio vivieron en casa de su madre María Elena. Tuvieron un hijo, que
sería el primero de tres. La primera vez que Edgar la agredió fue cuando aún
vivían en casa de su madre. Se habían quedado solos pues María Elena se había
ido a una boda. Edgar la golpeó y además había intentado darle una patada en la
cabeza a su hijo de entonces tres meses de edad. María Elena lo corrió de su
casa. Pero regresó a los seis meses. Cecilia le exigió que fuera a tratamiento
psicológico.
Se
mudaron a su propia casa y tuvieron dos hijos más: un niño y una niña, la menor
que hoy tiene nueve años. La segunda agresión notable fue una ocasión que la
dejó encerrada en su casa hasta que logró escapar y unos vecinos la protegieron
y se la llevaron a su mamá.
—Yo le daba vueltas todos los días. Yo trabajaba en Simas en ese tiempo y me quedaba como a tres cuadras la casa de ellos. Una ya con el miedo de que es agresivo, pues de perdido vas y le das la vuelta a ver cómo amaneció, si no se le ofrece nada, y a verla que esté bien.
Dice María Elena, a quien Cecilia nunca le comentó de bien a bien por la situación que pasaba: ya había sido víctima de varios intentos de asfixia y además Edgar maltrataba frecuentemente a su hijo mayor, quien hoy tiene 14 años.
—No sé por qué se callan. Me dicen ahora, que ya estoy más empapada en el tema, que cuando una mujer está siendo agredida pues que son muchos factores por las que se callan: porque no quieren que se la haga algo a la familia, que la tienen amenazada.
Tras 13 años de casados, Cecilia decidió divorciarse. Edgar hablaba constantemente con María Elena para que convenciera a su hija de no hacerlo. Pero Cecilia ya estaba decidida. Consiguió una orden de restricción, quedarse en casa con sus hijos, sus custodias y una pensión.
El primero de octubre de 2014 un sobrino de Cecilia entró a una cirugía de extirpación de bazo. Edgar se ofreció a donar sangre y a hacerse cargo de los hijos en lo que Cecilia se quedaba en el hospital con su sobrino. Y aunque él ya no vivía con ella, más tarde llevó a Cecilia a su casa.
Cecilia era la primera en dar los buenos días en el grupo de WhatsApp de su familia. La mañana del dos de octubre no lo hizo y eso, para su madre, fue una señal de alarma. Tras no contestar llamadas ni mensajes, María Elena y otra de sus hijas fueron a buscarla a su casa, en el Fraccionamiento Castaños, pero no había nadie. Fueron a la escuela de los niños, pero no habían ido ese día. Entonces decidieron ir a la casa de la mamá de Edgar y ahí estaban. La niña menor era la única despierta; sus dos hermanos seguían dormidos puesto que su padre los había llevado ahí a las cinco de la mañana. Él no estaba. Sólo su madre quien apareció con lágrimas en los ojos, pero sin decir qué había sucedido. Entonces inició la búsqueda.
Lograron averiguar que el guardia del fraccionamiento lo había visto salir en su auto como a las tres de la mañana y regresar una hora después. Para después volver a salir con los hijos en el auto. Cuatro días después paró la búsqueda. Tenían un mes divorciados.
Cuando encontraron el cuerpo de Cecilia, Edgar desapareció. Siendo ya el principal sospechoso del asesinato, se presentó días después a declarar al área de homicidios de la Procuraduría General de Justicia del Estado, Delegación Laguna I, con un amparo que había promovido ante un juez federal. Al salir, fue detenido por agentes ministeriales. Sin embargo, después de nueve meses fue puesto en libertad gracias a un amparo que ahora sí le había funcionado.
Desde
entonces María Elena y su familia han invertido cantidad de tiempo y dinero en
el proceso judicial. María Elena es viuda y los hijos de Cecilia se han quedado
con ella. En enero de 2105 fue despedida injustamente, junto con otros siete
compañeros, de Simas Torreón, donde trabajaba desde hace más de 20 años. Ahora
se dedica a la venta de ropa y cosméticos.
Al igual que Rosa María, ya tiene la custodia provisional de sus nietos, pero está en proceso de obtener la custodia definitiva.
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