Texto publicado en Perro Guardián.
Junio, 2018.
Junio, 2018.
La llamada guerra antidrogas se ha colocado como un remedio a largo plazo para los achaques del capitalismo; da acceso, a través del terror, a sociedades y territorios que antes no estaban disponibles para él. Una sociedad asustada es una sociedad dócil.
Existen muchas maneras de tratar de entender la guerra antidrogas y el narcotráfico; sin embargo, creo que todo debe entenderse dentro del contexto del capitalismo global y desprendernos del mito promovido por el mismo Estado: que hay una división entre él y el crimen. Esta visión permitirá entender mejor otro tema: el de las desapariciones. Y, sobre todo, el de la figura materna. Una desaparición forzada abre un hoyo que se llena con un excedente de sentidos: angustia, depresión, ansiedad, enojo. En toda esta mezcla de sentidos y significaciones, aparece el concepto de la maternidad como un concepto que se resignifica con una nueva práctica que dicha desaparición ha impuesto.
Recientemente se publicó “Aparecida” de Marta Dillon, un libro que arroja algo de luz en este tema. La periodista argentina narra la búsqueda de los restos de su madre, desaparecida por la dictadura militar. En una entrevista para el sitio web Liberoamérica, se le cuestiona sobre por qué creía que habían sido las mujeres las primeras en salir a luchar por los desaparecidos. Dillon responde que en el relato conservador ellas eran más impunes pues la maternidad está santificada por la cultura católica apostólica romana; de ahí que sus reclamos fueran legítimos.
Dentro de este mismo discurso, la familia es la célula básica de un país, la encargada de conservar los valores tradicionales. El lazo biológico es fundamental. Las organizaciones de familiares de desaparecidos han subvertido, seguramente sin querer, esta fórmula con su militancia constante. Le han dado una resignificación al concepto de maternidad. «Al socializar a los desaparecidos luchando por todos y cada uno de ellos, las madres estaban devolviendo la función del cuidado de los niños a la sociedad evitando así que la sociedad las colocara en la esfera privada», menciona la periodista argentina. Madres luchando contra la exclusión de la vida. ¿Cómo una sociedad —que se diga medianamente sana— sigue su curso aun cuando hay cientos de vidas anuladas, desparecidas? Por eso, lejos de excluirse a sí mismas, desbordan su maternidad, la colectivizan. Los desaparecidos se vuelven hijos de todos, son adoptados por la sociedad. Esto no puede ser de otra manera, pues las desapariciones son un problema que pertenece a la esfera pública. En este sentido, el vínculo de madre-hijo deja de ser un vínculo del ámbito privado para convertirse en un fenómeno social a la vista de todos. Y eso es uno de los logros que me parecen más destacables y que habrá que potencializar: el sacar a la maternidad de su lugar privado y sagrado.
En la Comarca Lagunera de Durango y Coahuila existe el Grupo Vida, al que durante 2015 y 2016 acompañé constantemente en sus búsquedas de desaparecidos. Una tarde que regresábamos de una búsqueda, este tema salió a flote. Uno de los integrantes entonces dio en un punto clave sobre el asunto, que en realidad es básico de entender: ellos son los que trabajan; las madres, en cambio, son las que cuentan con el tiempo de salir y enfrentarse a líos y líos de trámites y denuncias y a todo lo que implica empezar la búsqueda de un familiar desaparecido. La repartición histórica de roles que el capitalismo ha dado, ha sido también parte importante para que la figura de la madre esté en el centro de esta lucha. Aunque en realidad este es una situación que se ha ido modificando en un mundo cada vez más opresivo: las mujeres se han convertido también en proveedoras; no necesariamente porque el mundo se haya vuelto más equitativo para con ellas, con oportunidades por igual —aunque este sea el discurso con que se justifica—, sino porque la vida se ha encarecido.
«Los huesos no olvidan», dijo Clyde Snow, el iniciador del Equipo Argentino de Antropología Forense, al New York Times en 2002. «Contienen un testimonio silencioso, pero a la vez muy elocuente». Elocuencia es también palabra clave en una búsqueda de un desaparecido, aquí donde ese testimonio aún no es escuchado. Donde cada fragmento de hueso que es encontrado bajo tierra fue un intento por borrar una identidad junto con la historia que acarrea —la elocuencia que había alrededor de ella.
La RAE, en su segunda acepción, la define como la «eficacia para persuadir o conmover que tienen las palabras, los gestos o ademanes y cualquier otra acción o cosa capaz de dar a entender algo con viveza».
Dar a entender algo con viveza.
Todos los fragmentos de huesos que colectivos de víctimas han encontrado a lo largo del país deben pronunciar algún día una historia elocuente. Las búsquedas, parte es eso. Parte hallar huesos, devolverles la identidad, preguntar a los lugareños qué pasó ahí, recrear en la mente imágenes de lo que pudo haber pasado, cómo pasaba, por qué pasaba —el por qué, que muchas veces se torna incontestable—, y tratar de que esa mente no se descarrile. Es una lucha interna también por la elocuencia.
«Sí me volvía loca. Llegaba y gritaba aquí en la casa», me dijo una vez Lucy en su casa, madre de una chica que desapareció hace casi 10 años. «Me ponía a patalear, lloraba, pasaba noches sin dormir, dos horas cuando mucho dormía, a veces me quedaba dormida a las seis de la mañana, a las siete me levantaba encarrerada, me despertaba a ver si ya había llegado. Se me afiguraba que si me dormía no la iba ver cuando llegara porque ella iba a llegar, y siempre me gustaba acostarme aquí en este sillón, agarré mucho de acostarme y viendo para la puerta. Y aquí me podía amanecer así».
El ejercicio de la maternidad tras la desaparición de un hijo o hija y la elocuencia con la que las madres logran mantenerse de pie y seguir buscando son, sin duda, aristas que considerar cuando se voltee a ver el problema de las desapariciones forzadas. Son otros horizontes desde los cuales también debemos escuchar y colaborar en ese desdoblamiento de la maternidad que es el adoptar a los desaparecidos. El grito de “los desparecidos nos faltan a todos” tomará sentido.
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