Reportaje publicado en Heridas Abiertas.
Por Luis Alberto López y Bun Alonso
Era el 26 de agosto de 1991. Era la colonia Ampliación Lázaro Cárdenas en Torreón. Y era de noche. Era un lunes. Uno cualquiera para la familia López González. Eran pasadas las nueve.
“Éramos cuatro niños: dos niñas y dos niños. Nunca se me va a olvidar: David, Argentina y Edna y yo”, dice Edén López González, de 37 años.
Aquella noche él era sólo un niño de siete que había salido a jugar junto con su hermana, de ocho, y otros dos niños mientras su padre descansaba en casa y su madre terminaba su turno en la clínica 16 del IMSS como enfermera, su trabajo desde hacía años.
Los cuatro fueron entonces a las vías del tren, a donde podían pasar como quien cruza a una calle más, contrario a hoy día que una barda las separa de la colonia. Solían ir a jugar cerca de una antena en la que se divertían escalando.
Esa noche encendieron una pequeña fogata y estuvieron ante ella un rato. Después regresaron a casa. Las dos niñas tomaron un camino diferente al de los niños, pero volvieron al lugar para apagar el fuego, según narró la pequeña Argentina.
“Elegimos los dos niños irnos por un lado y las dos niñas por otro. Y ahí fue donde a ellas las aborda un tipo. Y pues es donde se roba a mi hermana”, cuenta Edén.
***
Reyna Xóchitl González y Heriberto López, padres de Edna Xóchitl López González, la buscaron a los alrededores de la colonia hasta las seis de la mañana. Reyna tenía entonces 33 años; Heriberto, 34, y trabajaba de administrativo en la Dirección de Seguridad Pública.
Los vecinos se les unieron: salieron de sus casas para buscar a Edna, una niña morena clara, de cabello negro y cejas pobladas, que llevaba un vestido rosa con bolsas, unas arracadas grandes y huaraches azules de hule. Varios encendieron antorchas y fueron a indagar entre la oscuridad de las vías del tren.
“Ella tenía en sus cuadernos fotografías de animalitos, conejitos y emblemas de ‘te quiero’, ‘te amo’. Era una niña seria, o sea, no era una niña extrovertida, traviesa”. Así la recuerda Edén. Considera que su hermana era detallista, una característica muy propia de su familia, lo que explica aquellas notitas.
También guarda en su memoria los momentos que compartieron, que siempre estuvieron juntos, como hermanos siempre juntos.
“Yo llegué, creo, como a las 15 o 20 para las 10 de la noche, llegué allá y ya tenían ahí mucha gente. Fácil fácil había unas 40 o 50 personas, porque todo mundo luego luego corrió”, relata ahora Honorio López, tío abuelo de Edna.
Según rememora, los vecinos habían sacado lámparas para peinar mejor la zona y él se fue a recorrer los alrededores con Edén y el otro niño, David, quienes le iban reconstruyendo el trayecto: por aquí entramos, aquí estuvimos, aquí anduvimos recogiendo cosas para la fogata, le decían los menores. A esas horas aún quedaba algo de lumbre en la hoguera.
“Ahí anduvimos investigando, en las casas, preguntando. No, nadie se dio cuenta, nadie vio”.
La historia completa en Heridas Abiertas.
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