McEnroe en Aguascalientes: La salvaje emoción

 


 Bun Alonso


Ver que McEnroe vendría a México era como una anomalía. Es de esas bandas que jamás pensé que llegaran para acá dada su condición de grupo indie, poco conocido por estos lares, avecindado en Getxo, Vizcaya, en el País Vasco. Y menos aún que lo harían en el año en que me mudé a León. Así que revisé las fechas y ahí estaba: 28 de abril en Aguascalientes, Feria de San Marcos, por lo tanto, gratis. A solo dos horas de donde ahora vivía.


A McEnroe me lo presentó el algoritmo de Spotify a finales de 2017. Me había quedado dormido escuchando música y cuando desperté por un momento en la madrugada estaba sonando una canción de ellos. La voz grave de Ricardo Lezón, esa manera de cantar comiéndose la última sílaba de los versos, las letras paisajistas y el rock atmosférico no me han soltado desde entonces.

De manera que el mismo viernes 28 Grecia, Tristán y yo viajamos a Aguascalientes. Trabajar haciendo home office nos ha permitido darnos estos lujillos. Llegamos muy temprano con la idea de pasarnos la mañana y parte de la tarde en los juegos mecánicos con Tristancio. Pero resultó que no los abrían hasta las tres de la tarde.

La Feria de San Marcos es una feria más bien fea: sucia, cochambrosa, con música horrible sonando con volumen a tope por doquier. Varios de los juegos mecánicos son los mismos que se instalan en la feria de León, pero de 20 a 40 pesos más caros. Sin cajeros dentro ni cerca. Creo que la fama que arrastra se debe a los artistas que traen, que esta vez destacaron Rod Stewart, Maluma y Black Eyed Peas, porque el resto de la cartelera del Foro de las Estrellas eran los mismos de siempre que están en cualquier feria de pueblo: Belinda, Alejandra Guzmán, Matisse, Camilo, y párale de vomitar.

Ah, y los baños. Estos son casi tema aparte, porque cómo vas a cobrar 10 pesos por usarlos. ¿Una feria sin servicio de baños gratuitos? Y teniendo en cuenta que llevábamos a un niño que se cree algo así como un catador de baños públicos y que pedía ir a uno cada media hora, se fue ahí la mitad de la quincena. Exagero, por supuesto. Pero exageran más ellos con ese precio. Por las noches la feria se convierte en una cantina enorme. ¿Volvería? Para nada. Sólo por algún concierto. Sólo si se vuelve a colar otro nombre extraño como el de McEnroe.  


Los McEnroe son esa banda que tras dos décadas no renuncia a su naturaleza: ser un grupo de amigos que se juntan de vez en cuando a hacer canciones. No les importa pertenecer a la industria. No viven de la música. Ni quieren. Tan es así que en este, su primer viaje a México, no ha venido toda la banda. Sólo Ricardo Lezón, voz y letrista. Supongo que los demás ni siquiera han de tener papeles para viajar. Y supongo, también, que su disquera Subterfuge Records no quiso o no pudo invertirle más para traer a todos. A fin de cuentas, en la pequeña gira no eran la banda principal, sino que venían como teloneros de Nena Daconte, una chica también española de la que escuché un par de rolas en Spotify y no me gustaron.


En vez de los músicos originales, con Lezón vino de España un joven guitarrista llamado Mario García-Atucha, y para su concierto en Aguascalientes estuvo acompañado, además, por un baterista y un bajista, mexicanos ambos.


Así que Ricardo Lezón y un apócrifo McEnroe salieron al escenario del Foro del Lago casi puntuales —poco después de las ocho de la noche— y arrancaron con un tema que en su momento no recordé el título —“Mundaka”—, y que en estos días la he traído en la cabeza sin parar. La letra es sencilla y sin grandes hallazgos, pero bonita.


Si olvidamos nuestros planes

nos volvemos a desnudar,

escribiremos canciones 

con la música del azar.


La canción es del álbum Las orillas de 2012, pero es tres años después cuando aparece uno de sus grandes trabajos: Rugen las flores, uno de los discos más hermosos que he escuchado en español. De este material se desprende “Cae la noche”, una canción que pareciera que está hecha a base de haikus —buena parte de las canciones de Ricardo dan esa sensación—, y no me refiero estrictamente al haiku tradicional: los tres versos, dos de cinco sílabas y uno de siete, sino a que parece rondar a la canción el espíritu de esta forma japonesa de poesía: la contemplación de la naturaleza, la captación de un movimiento que interrumpe la tranquilidad de una escena. “Cae la noche” fue una de las canciones que tuvimos la fortuna de escuchar en vivo.


Te sientas tranquila a mi lado,

me preguntas si hoy volverán

aquellos grillos que ayer cantaban

o se habrán perdido ya.

(…)

Suena el pequeño balanceo

de los árboles al bailar

como queriendo avisarnos 

de que el viento va a cambiar.


Desde el inicio de este camino de vida y amor que he hecho con Grecia, las canciones de McEnroe han estado presentes. “Rugen las flores” —la que da título a ese extraordinario álbum— ha servido para musicalizar esa parte de nuestra relación que es el descubrimiento del uno y el otro, un descubrimiento que se extiende hasta hoy. El pequeño set finalizó con Ricardo tocando esta canción acompañado sólo de su guitarra, pues dijo que esa no la había ensayado con la banda provisional.


El día en que sepamos

que seremos inseparables

tú lo adivinarás riendo,

yo lo sabré al instante,

y nos sumergiremos

los dos sin coger aire,

haremos las corrientes, 

haremos de la vida un baile.


Después del concierto, Ricardo Lezón y el guitarrista Mario se colocaron a un lado del escenario a vender sus discos. No pude, lamentablemente, comprar alguno: el dinero ya no alcanzaba. Ricardo es un tipo de lo más sencillo que apenas al acercarte a él te extiende la mano para un apretón. Éramos como unas ocho personas las que nos arremolinamos ahí para saludarlo. A fin de cuentas, sólo es un hacedor de canciones que en su casa se sienta a escribir y componer y que, en el proceso, ha hecho algunas de las canciones más bellas que he escuchado nunca.


Necesitamos que venga la banda completa, pero sin ser teloneros de nadie.

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