Crónica de las protestas del 1º de diciembre
Publicado en el periódico kioSco nº87, diciembre 2012.
Bun Alonso
Bun Alonso
Preámbulo
1ero de diciembre, México, D.F.,
Palacio Legislativo de San Lázaro. La convocatoria había sido lanzada,
tácitamente, desde el 1 de julio por la noche, momento en que las televisoras
daban por ganador indiscutible a Enrique Peña Nieto. Amaneció el 2 de julio y
la imposición seguía mostrándose de manera descarada. Una gran parte del pueblo
ya lo tenía en mente: el primer día de diciembre había una cita en el Distrito
Federal. Y no sería una cita cualquiera.
1D.
Batalla en San Lázaro
Alrededor de las 7 de la mañana
desde Lecumberri ya se comenzaba a conglomerar la gente. A estas horas los
gases arrojados por los Federales, que se resguardaban detrás de las vallas, ya se veían surcar. Llegué con
unos compañeros, avanzamos hacia adelante tan campantes como si estuviéramos en
una manifestación de las que habíamos presenciado en los meses anteriores: sólo
marchar, gritar consignas, volantear. Pronto tuvimos que retroceder, ya con los
ojos llorosos y las gargantas irritadas por los gases. Al igual que muchos de
los otros compañeros que se encontraban allí desde más temprano, nos cubrimos
los rostros con playeras o capuchas. No como un símbolo de vandalismo sino por
la necesidad de protegernos de los gases y de las fotografías de posibles
infiltrados. Los manifestantes que contaban con más experiencia en este tipo de
confrontaciones con la policía, llevaban vinagre, Melox y Coca Colas, para
disminuir el efecto provocado por los gases. Y estas sustancias se repartían
sin importar que no nos conociéramos. Alguien te veía con los ojos llorosos y
sin preguntar te arrojaba vinagre o refresco.
Las
bardas de los costados de la calle Eduardo Molina comenzaban a hablar. Estaban cubiertas,
casi en su totalidad, por pintas hechas con aerosoles. Había un anuncio gigantesco con el nombre de
Peña Nieto en una de las bardas. Fue la más solicitada para rayarla: “No somos
guerrilleros pero pronto lo seremos”, “si no lo matamos, él nos va a matar”,
“Peña, el pueblo no te eligió”, etc.
Los manifestantes rompen las banquetas, para sacar piedras y rocas. Muchos de ellos portan armaduras caseras: rodilleras, cascos y tapas de ollas, burros de planchar o pedazos grandes de madera que son usados como escudos.
Las
bombas de gases seguían cayendo, pero algunos, con guantes, lograban tomarlas y
aventarlas hacia otro lugar. Las bombas molotov ardían contra las vallas.
Algunas lograban pasar del otro lado. Los Federales con chorros de agua
apagaban los leves incendios.
Un puente peatonal fungía como frontera: adelante de él se encontraban los manifestantes que daban la batalla contra la policía con el objetivo de tomar San Lázaro; detrás, los que sólo gritaban consignas y escuchaban el mitin improvisado que habían armado los de la sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), quienes habían llegado de Oaxaca.
En
un momento me voy hacia atrás del puente y me coloco en la esquina de
Lecumberri. De pronto, por una calle al costado, en un acto casi suicida, se
aproxima un camión de bomberos. De inmediato varios manifestantes lo rodean, lo
golpean con palos y lo rayan, mientras que otros abren las puertas, para bajar
a los conductores y tomar el camión, seguramente con la intención de
estrellarlo contra las vallas. Pero en esa zona se encontraba la gente que no
estaba dispuesta a pasar a acciones más directas, y los manifestantes ceden ante los gritos de
“No violencia” y dejan retroceder al camión.
Pero
más tarde algunos indignados lograron tomar un camión de carga, se montaron
sobre él, victoriosos, y a instantes de chocarlo contra las vallas, lo desalojaron
para contemplar el impacto. No derribaron ninguna. Mas la acción fue celebrada.
Unos compañeros y compañeras intentaron acercarse por el costado izquierdo de la avenida, para ver qué tal estaba el ambiente cerca de las vallas. Al regresar dijeron que se habían encontrado con un pequeño charco de sangre y a su lado una hoja de papel con la imagen de Peña Nieto y la leyenda “Imposición”. En este contexto, no se vuelve necesaria una explicación de lo simbólico que resulta esa imagen.
Los
de la sección 22, desde su camioneta con bocinas, no dejaban de pedir la
presencia de doctores, pues ya había varios heridos por balas de goma y por
bombas de gas lacrimógeno. Desde sus micrófonos vocearon que uno de los
manifestantes heridos había fallecido en el hospital. “¡Asesinos!” “¡Asesinos!”
“¡Asesinos!”, nos desgañitamos contra los Federales, que se encontraban tras el
cerco.
Después
comenzaron a anunciar que era mejor retirarse hacia el Zócalo. Muchos no
estuvieron de acuerdo. Preferían seguir lanzando bombas molotov, piedras,
palos. Con el paso de los minutos fueron cediendo.
Entonces nos empezamos a retirar. Uno grita: “¡En el camino hay que ir chingando empresas!” El lugar de la batalla campal comienza a vaciarse. Una pinta con letras rosas queda sobre el pavimento de la calle: Aquí se vivió una injusticia.
1D.
Arde el Centro Histórico
El contingente comienza a marchar
y a gritar consignas en el camino, a rayar paredes y carreteras. “Matemos al
presidente”, se lee en una barda.
Pasamos por Tepito. Nadie toca un solo puesto de los vendedores. Al contrario, se les va animando para que se unan: “¡Si Tepito se uniera, una chinga les pusiera!”. Una camioneta que va en la marcha solicita mediante micrófono la presencia de manifestantes al final del contingente. Patrullas de policías nos siguen y es necesario que se les vaya frenando el paso. Varios vendedores de Tepito se unen a la tarea.
Al salir de este barrio, veo a varios con mochilas o bolsas cargadas de Coca Colas. Más tarde supe que habían saqueado un camión de esta empresa. ¿El objetivo de la acción? Armarse de botellas para más molotov y, si fuera necesario, utilizar el líquido para aminorar el efecto de más gases. Pero la gasolina se había agotado a las afueras de San Lázaro, y era necesario recargar. Me tocó ver a un chavo que se acercó a una gasolinera en donde el empleado amablemente, ya sea por miedo o por ayudar a la causa, le llena la botella.
Llegando a Bellas Artes nos damos cuenta de que sería imposible llegar al Zócalo. Los granaderos ya nos tienen cercados. “¡Barricadas, barricadas”!, y comenzamos a arrojar las armas que poseíamos: llantas, tablas, rejas, casetas de teléfonos Telmex. Aquí se da una segunda confrontación que dura cerca de una hora. Es alrededor de mediodía.
Para estos momentos, el movimiento Yo Soy 132 y su manera pacífica y legal de dar cauce a la indignación, ya había sido rebasada.
El espacio existente entre Bellas Artes y el Monumento a la Revolución, principalmente la avenida Juárez, fue el escenario en donde se presentaron los destrozos. Muchos se encontraban en la misma sintonía: atacar a los símbolos del capitalismo. Bancos, hoteles lujosos, Oxxos, Starbucks, tiendas de ropa de marcas transnacionales. Todo ello fue atacado con piedras, palos y fuego. Los vidrios de dichos establecimientos fueron rotos; bombas molotov, arrojadas adentro. Una bandera de Estados Unidos fue quemada: “¡Muerte al imperio!”
“¡Vamos a Televisa!” “¡Vamos por la Estela de Luz!”, se alcanzaba a escuchar.
“Peña,
sólo fue el primer día”
Al día siguiente se dio a conocer
que los destrozos habían sido realizados
por personas infiltradas y porros del PRI. Se mostraron fotografías en donde se
veían a civiles del otro lado del cerco, platicando con los Federales. Si bien,
es plausible, sobre todo por las pruebas, que los infiltrados incitaron estas
acciones, ello no significa que los ataques a los bancos y demás
establecimientos no hayan sido genuinos. Fueron los manifestantes y su coraje
real. No importa si fueron anarquistas, comunistas, zapatistas, fue un aviso
bastante significativo de que el enemigo está siendo identificado.
Por
otro lado, Ciro Gómez Leyva de Milenio presento un discurso ya conocido que se
torna fastidioso. En su odio (¿o amor apache?) por Andrés Manuel López Obrador,
sigue culpando a los manifestantes de ser seguidores de él. Traen su mismo
discurso, se atrevió a pronunciar. Yo que estuve allí jamás escuché una
consigna en apoyo a AMLO, alguien con playera de Morena. La cerrazón y
servilismo de Gómez Leyva no deja de desagradar.
El
ahora exjefe capitalino, Marcelo Ebrard, dijo en conferencia de prensa que los
culpables habían sido grupos anarquistas. Entre ellos el llamado Bloque Negro
México.
A
la fecha se encuentran detenidas cerca de 70 personas. Muchas de ellas fueron
detenidas arbitrariamente. Ya ha habido movilizaciones proclamando su
liberación. Corren el riesgo de quedarse encarcelados de 5 a 30 años.
¿Muertos?
Se confirmó que no hubo. Pero sí hay daños físicos que jamás podrán ser
equiparados con unos cristales rotos de empresas cuyos dueños son millonarios. Una
semana después de lo ocurrido, fue dado de alta Uriel Sandoval, estudiante de
la UACM, quien perdió el ojo derecho por un impacto de bala de goma. A
Francisco Kuykendall le pegó una bomba de gas en el cráneo y le provocó
exposición de masa encefálica. Kuy, como le llaman sus amigos, es dramaturgo y
pertenece a La Otra Cultura, que es adherente a La Otra Campaña, del EZLN. Actualmente,
se encuentra en estado de coma inducido.
Apenas
comienza el mandato Peña Nieto y ya está debiendo sangre al pueblo mexicano. El
1º de diciembre se mostró el gran descontento por la continuación de un
gobierno neoliberal. Muchos somos los que ya no queremos un gobierno de pactos
cupulares, sino uno que se forme desde abajo, uno popular.
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