Publicado en el periódico kioSco nº100, febrero 2014.
En los años
anteriores a la masificación de internet tener acceso a la pornografía
significaba generalmente un acto que tenía que ocultarse a la sociedad; era
acudir a una tienda de videos o a una sex shop, con el miedo de que algún
conocido te fuera a ver entrar, y rentar un VHS. Así, la persona en cuestión
tendría algunas horas de estimulación erótica, ya sea en pareja o en solitario;
estimulación que se daría en la imaginación de observar al otro, a los otros, aquellos
de los que se oculta para obtener la pornografía. Esto último tal vez no haya
cambiado en estos años, el cine porno sigue siendo una manera de imaginar a los
demás de manera privada. Lo que ha cambiado es la forma en que se llega al
porno. Con la supuesta democratización de contenidos que supone internet bastan
unos cuantos clics desde cualquier dispositivo conectado a la web, para tener
acceso a una variedad grande de pornografía. Las filias y los fetichismos son
develados.
Este tipo de cine, similar a lo que
ocurre con la televisión, crea su propia realidad, su propio universo con
referentes que bien podrían parecernos familiares, pero que se comportan de
manera distinta. Circula un video en internet realizado por la agencia
neoyorquina Kornhaber
Browndon donde precisamente enfrentan los mitos creados por el cine porno con el sexo
practicado en la vida real, apoyándose con comida para ejemplificar(1); entre
algunos datos que lanza está el de que en la vida real el 65% de los hombres y
el 85% de las mujeres tiene vello púbico mientras que en el porno apenas y se
ve, también menciona que en realidad el 75% de los hombres eyacula a los tres
minutos.
Además de ser un conjunto de mitos
en torno al sexo, el porno también es transgresión. El escritor Naief
Yehya, que cuenta con varios libros donde analiza este fenómeno, explica en una
entrevista para La Jornada de dónde es que viene este elemento transgresor en
la pornografía(2): “Los
orígenes pornográficos se pueden encontrar en la Revolución Francesa, en forma
de estampitas en las que se dibujaba al rey, a la reina, al clero o a la
aristocracia en situaciones sexuales, siendo por ejemplo, penetrados por
detrás. Esas imágenes tenían un poder transgresor, porque golpeaban la idea de
divinidad del rey o la reina y así se pensaba en ellos no como personas que
infundían temor, sino como seres objetos del ridículo”.
Después este tipo de imágenes se fueron enfocando más en el mero elemento del estímulo sexual, aunque sin dejar de lado la provocación a los valores y a la moral de una sociedad.
Pero el porno también es una narrativa donde predomina el machismo y el patriarcado, se centra en la adoración de lo fálico. Lo porno también es político y maneja un discurso sobre la sexualidad, sobre los roles de género. Y es que reproduce el tipo de relaciones que el sistema imperante promueve. Por la parte visual disciplina a que un sexo tiene que ser el dominante, a que un sexo tiene que ser el controlado, adoctrina también a que la mujer tenga que sentir placer dando placer y que el hombre no debe tardar demasiado en llegar a la penetración. En conclusión, es un cine que se instala en un enfoque sexogenital.
En muy raras ocasiones este tipo de cine tiene una trama buena e interesante; lo único que le importa es el sexo y quiere llevar a sus personajes rápidamente a esa acción, en general muestra que no sabe manejar a sus personajes.
En los más recientes años ha surgido un grupo de mujeres de corriente feminista que no se ha quedado sólo en la crítica sino que ha irrumpido en las producciones del cine para adultos; ellas han probado otra narrativa que intenta alejarse de los valores promovidos por el capitalismo, los mismos que inundan el porno convencional. Le han llamado postporno.
Una de las realizadoras de este nuevo cine porno y erótico es Erika Lust, nacida en Estocolmo, Suecia, pero radicada actualmente en Barcelona. Ella entiende que el cine para adultos está nombrado mayormente en masculino y que para las mujeres llega a resultar antierótico, según menciona en una entrevista(3). Y además agrega: “el hombre es el protagonista y la mujer se limita a satisfacerlo. Es la herramienta pero nunca la figura principal. Es el mecanismo que falla”. Lust también entiende que en este nuevo cine xxx hay que llenar un vacío existente en la pornografía común; me refiero a lo que ya había mencionado antes, la ausencia de un buen guion. La cineasta explica que es debido a esto por lo que más sufre al realizar castings, pues los actores no están acostumbrados a desarrollar un papel que encarne a un personaje en todas sus dimensiones humanas.
Los objetivos de este llamado postporno son: “La reivindicación del deseo femenino; romper con la hegemonía del porno patriarcal, abriendo nuevos mercados; diversificar los contenidos de una industria poderosísima que muchos consumen, y pocos reconocen consumir”(5).
Al final creo que la pornografía va apropiándose, y lo debe seguir haciendo, de su elemento transgresor. Aunque ahora lo va a realizar en otra dirección. Transgredir su propia dinámica del macho dominante y de la mujer insaciable y sumisa, para instaurar nuevas relaciones dentro de la pantalla basadas en la equidad de género.
El porno ha tenido puntos positivos y los puede seguir acumulando; esto último ya lo señala el autor Naief Yehya: “tiene que ver también con los grupos que históricamente han sido despojados de su poder de representarse a sí mismos sexualmente, entre ellos mujeres, homosexuales, lesbianas, transgéneros, por mencionar algunos”.
Por el momento sigue transgrediendo de la mano de estas cineastas feministas que han comprendido que atacar a la pornografía por ser sexista no era la solución para acabar con el sexismo, sino que había que tomarla, que irrumpir en ella, hacer su propio porno.
Notas:
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