Primero Dios, después la Santa Muerte


Crónica publicada en Revista de Coahuila n° 279, diciembre 2014

Bun Alonso

Dicen que la Santa Muerte llegó a México a mediados del siglo XIX. Dicen que una noche un chamán veracruzano soñó con ella. Con La Señora. Que su esqueleto descarnado en vez de darle miedo le dio mucha paz. Que la cubría un manto como de virgen. Que iba con su guadaña con la que cortó el hilo que unía al mundo terrenal con el espiritual. Que le ordenó al chamán que difundiera su culto en todo México y en toda América, pues también era su patria. Y que nunca los desampararía.
Desde ahí la adoración a la Santa Muerte prendió como un cerillo en pasto seco y hoy es venerada en casi todo el país.   


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La pequeña Angélica tiene ocho años. Está jugando en la esquina de uno de los cuartos apenas en construcción de la casa de sus padres. Son las puras tapias y ella está sentada sobre la tierra suelta en un rincón donde se acorrala algo de sombra. Juega con la tierra, la remueve con sus dedos, juega con piedras y las coloca de un lado a otro, recoge palitos de madera que se encuentra tirados. En otra parte de la casa su abuelo agoniza en una cama mientras que el padre busca a Angélica porque no es normal que una niña como ella en esos momentos de la tarde no esté haciendo ruido y travesuras por la casa. Sin embargo, ahora ella está jugando en silencio. Cuando su padre por fin la encuentra, hincada y con las palmas de las manos juntas a la altura del pecho, tiene sobre la tierra una tumba dibujada. Piedras alrededor la adornan junto con una cruz hecha con palitos. En medio de la tumba Angélica escribió con sus dedos el nombre de su abuelo. “¿Qué estás haciendo?”, le pregunta su padre. Sin levantarse del suelo ella responde: “Ay, papá, no vayas a llorar, es que ya se murió tu papá”. Minutos después el abuelo deja de respirar.
            Angélica tuvo por primera vez una visión premonitoria, de esas que desde entonces la han acompañado durante su vida. Ese día vio que a su abuelo le encajaban agujas por todo el cuerpo. Su madre supo inmediatamente que ella tenía un don y que también sería espiritista, como ella. Así que la llevó a un templo para iniciarla en esa práctica.
Sobre la madre de Angélica bajaba el espíritu de un indio: sangre de fuego piel roja, y entonces comenzaba a hablar en lenguas. Era eso una escena común en la infancia de Angélica.
También era común que la siguieran muchos pájaros. Andaban tras ella, le merodeaban la sombra. Las niñas no querían juntarse con ella por las aves que siempre traía detrás. “Es que a ti te siguen los pájaros”, le decían.  
             Ahora Angélica es una mujer madura, robusta. Tiene 43 años. Desde el día en que predijo la muerte de su abuelo se dedica al espiritismo. Afuera de su casa, en Gómez Palacio, una pequeña lona atiborrada con ilustraciones de ángeles anuncia que allí se lee el tarot y la baraja española. Adentro, hay un cuarto con un altar lleno de figuras de santos católicos, la mayoría de ellas obsequios de sus clientes. Angélica es católica y creyente de la Santa Muerte desde hace cuatro años.
             “Yo empecé a creer en ella —así cuenta Angélica su historia— porque una persona que fue mi pareja me empezó a meter mucho con ella y el destino, y pues más que nada Dios, hizo que estuviera conmigo, porque ahora en día pues yo la tengo. Es mía nada más. Ella está conmigo y pues de ella yo he visto muchas maravillas, muchas. Yo tengo gracias a Dios el don de que la veo y platico con ella, y yo le pido, yo le digo y pues a mí me muestra las cosas que yo quiero ver. Para mí primero es Dios y luego ella”.
            Angélica tuvo una relación de 10 años con un tipo que se dedicaba a la magia negra. Él deseaba que ella se inclinara a practicar ese tipo de magia, la de la maldad. Ella por negarse recibía golpes y demás maltratos. Él la acosaba poniéndole de frente figuras y estampas de la Santa Muerte. Un día teniendo una figura de frente, Angélica le dijo: “Mira, Señora, yo no tengo nada en contra de ti; el problema no es contigo, es con él. Yo mis respetos, de hecho no conozco mucho de ti; yo sé que eres la Santa Muerte, yo sé que el día que Dios disponga tú vas a venir”.
Días después de eso, La Santa casi va por ella. Su pareja, valiéndose de artificios de magia negra, la manda al hospital. Angélica tiene un sangrado interno. Se desangra y nadie sabe por qué. Ya postrada en una cama de hospital, pierde el sentido. Una luz blanquísima, cegadora, le anuncia que está en el cielo. Sus ojos melados miran un cardumen de ángeles, a un señor blanco de piel arrosada y cara redonda y a su diestra a ella, a La Niña, la Santa Muerte vestida de blanco. Los ángeles le han dicho que no se preocupara, que ya no tenía nada y que estaba sana. Cuando despierta se ve rodeada por médicos. Lo primero que hace es buscar a su hija con la mirada: “Mija, los ángeles me curaron, ya estoy bien”. Su hija piensa que su madre ya está delirando. Después la mandan a quirófano, pero allí, ya dentro, los doctores dan marcha atrás: “¿De qué te vamos a operar, mujer, si no tienes nada?”. Fue un milagrazo, dice Angélica ahora.
Días después una persona muy querida de su hija le regala una figura de la Santa Muerte. Angélica pensó mucho en si aceptarla o no. No quería equivocarse. Le pidió consejo a Dios: “Señor, hazme saber y sentir qué voy a hacer. No quiero causar algo malo, no quiero traer algo malo a mi vida, a mi hogar porque están mis hijos”. Con el permiso de Dios, Angélica aceptó.  
Le dio a La Niña la bienvenida a su casa: se la mostró completa, le dijo el lugar especial en que iba a estar, pero eso sí, le dejó muy claro que primero estaba Dios, todos sus santos y luego ella.  

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La Santa también le ha entrado al mundo del sicariato. Los narcos la han hecho parte de sus filas. Junto con Jesús Malverde, la han hecho su favorita.
Torreón dio la bienvenida al año 2009 con una balacera. Cuando Fuerzas Federales acudieron el dos de enero a la colonia Campestre La Rosita, fueron recibidos a tiros por hombres armados dentro de una casa. El Campestre se volvió un tronadero de plomazos por casi cuatro horas. Los elementos de seguridad lograron catear y asegurar varias viviendas donde habitaban los sicarios, y dentro encontraron cuatro altares a la Santa Muerte.
                En otro caso, el dos de noviembre de 2012 en el ejido Santa Fe de Torreón celebraban a La Niña Blanca. Cuando los habitantes se despachaban su respectiva reliquia, hombres armados llegaron en una camioneta y un auto: bajaron, rafaguearon y huyeron. Cuatro hombres murieron en el lugar y dos más camino al hospital, además un niño fue herido en el abdomen. Hoy el altar que ese día congregaba a esas personas ya no está, sólo queda una pequeña capilla hecha de concreto con boquetes de balazos a un costado. Cuando hablé con varios pobladores del lugar, me encontré con versiones contradictorias: unos decían que los muchachos que habían puesto ese altar no eran del ejido, que quién sabe de dónde venían; otros que sí lo eran pero que los demás creyentes que quedaron se fueron después de lo acontecido. “De esos ya no hay aquí, esos ya están bajo tierra”, me dijo un poblador.
            En Gómez Palacio en la colonia el Morelos II existía un altar al que llamaban “Midas”. Hoy la casa donde estaba se encuentra abandonada. Los vecinos dicen que a esa familia se la llevaron “los malos”.
En Chapala, en la misma ciudad, existe otra casa con un altar afuera. Una vitrina cubre a una Santa con cabello negro de más de metro y medio de altura, mientas que debajo hay algunas velas encendidas y varias ofrendas regadas; unas rejas blancas protegen a todo el altar. Sin embargo, la gente que vivía ahí tampoco está. Una vecina me dijo que poco después de la celebración del dos de noviembre de este año unos encapuchados (que ella identifica como de la DEI) vinieron a buscar a la señora que ahí vivía. Después, tuvo que huir. Días más tarde cuando hable con Ishtar ella me dirá que a esa señora a cada rato se la llevan “los malos” y luego la regresan.  
           
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Ishtar usa una playera del Cruz Azul y vive en Torreón. En su casa se dedica a leer las cartas y a hacer trabajos de santería; trabaja con santos católicos y cubanos que tiene en un altar dentro de un cuarto al que en algunas partes todavía se le ven blocks semiencalados.  
Ahí también tiene un altar a la Santa Muerte; está colocado a una altura mayor que el de los santos porque a ella le tiene más respeto. El altar consta de varias figuras de La Santa de diferentes tamaños y colores que me mostrará al finalizar esta charla.
La mujer, con la baraja egipcia extendida sobre la mesa, me dice que desde que era niña supo cómo leer las cartas, que la habilidad le llegó sola, de repente, y que empezó a creer en la Santa Muerte cuando poco a poco le empezó a pedir favores que se le iban cumpliendo.   
—¿Cómo le pides favores a ella?
—Siempre es por medio de Dios. Pides permiso a Dios para poder comunicarte con ella. No es una oración exacta para invocarla; yo pienso que cuando le hablas de corazón es más rápido.   
A La Niña Blanca, como a veces se le suele nombrar de cariño, no hay que exigirle sino pedirle, y pedirle con amor.
            Ishtar dice que a ella no se le da eso de ver cosas sobrenaturales, sin embargo acepta que sí ve y siente ciertas cosas que a ella no le sorprenden: “Estoy yo ahí y luego veo que alguien pasa, para mí ya es natural eso, las manifestaciones es natural, que esté en mi cuarto y que se escuche como que aletean palomas, ahorita sí tengo palomas, pero normalmente se escucha que aletean y no hay nadie”.  
Entonces el celular de Ishtar empieza a vibrar mientras sigue hablando y yo quiero preguntarle la razón de por qué a veces hay palomas en su casa. “No sé si tú tengas algo que quieras saber más”, dice. Sí quiero pero antes le digo que conteste el celular que lleva ya casi un minuto vibrando.
            —No, es una persona que quiere venir, pero empiezo a las cuatro —se ríe.
            —¿Para qué utilizas a las palomas?
            —Eso es santería. Yo sacrifico animales para los santos; a la Santa Muerte no le gustan los sacrificios, con ella no uso sacrificios de animales. Y con los santos sí. A ellos les ofrezco gallos, chivos, dependiendo del trabajo que vaya a hacer.        
            Su lugar favorito para el degolladero de animales es el panteón pero por la tarde, pues en la noche no le gusta molestar a las ánimas. La sangre vertida del cogote del gallo, de la paloma o del chivo es ofrecida en consagración de Eleggua, Shango o de Yemaya.  
Finalmente entramos al cuarto que alberga el altar de La Santa. Son alrededor de siete figuras, entre chicas, medianas y grandes. Tres veladoras altas lo alumbran; hay paletas de cajeta y chocolates como ofrendas. Todas las figuras le han sido obsequiadas.
La favorita de Ishtar es aquella pequeña de color hueso que le regaló su madrina santera cuando recibió el bautizo de iniciación para dedicarse a la santería, donde también obtuvo los elekes, un conjunto de collares que Ishtar saca de su playera del Cruz Azul para mostrármelos.   
            Hay una con el manto de colores a la que llaman de las Siete Potencias y que sirve para abrir caminos para todo. La figura grande y de color rojo se la regaló una señora que quería que su marido volviera. Y volvió. La del mismo color pero en pequeña fue un regalo de una chica que deseaba que un muchacho se fijara en ella. Ahora son novios. Pero la figura con la historia más interesante es la grande de color negro que tiene en el centro. “La de negro me la prometió traer una persona si no la metían a la cárcel. No la metieron. Eso fue el favor que le pedimos”.
Que no iba a poder, que se esperara, que no era el momento aún para matar a esa persona porque ella también se protegía con la Santa Muerte, fue lo que le dijo Ishtar al hombre que acudió a ella para que lo ayudara. El hombre no hizo caso de su consejo y un día le llama por teléfono y le cuenta que su plan se le frustró, que efectivamente no pudo matar a quien quería. Tienes que venir, le dijo ella. Cuando volvió a acudir, Ishtar le aconsejó: “Pídele un favor muy grande, el más grande que tú puedas, pídele tu libertad”. El hombre fue acusado de intento de homicidio; los abogados tenían pruebas y un manojo de papeles que lo culpaban, pero siempre había un pretexto, cuenta Ishtar, que hizo que las acusaciones no procedieran.
“Yo lo que hice, bueno ella, la Santísima, fue ayudarlo para que no lo descubrieran, para seguir ocultando la verdad”. Entiendo que ella es católica y que, como Angélica, cree en que La Santa debe ser usada para hacer el bien, por eso le digo a Ishtar que si no se siente contrariada por, de alguna forma, haber colaborado en encubrir un intento de asesinato.
—No, porque a él en realidad no lo ayude a hacer el crimen, sólo le abrí a él caminos para que no se le cerraran, mas yo nunca fui el autor intelectual.  
           

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