El oficio de la crónica: como por qué, o qué, o para qué




Publicado en el blog Estancias del portal CultoGrama. 
23 septiembre, 2015


Algo he descubierto: para hacer crónicas lo mejor que puede hacer uno es volverse invisible. Digo: es algo de tanto que se puede hacer para escribir una. Claro está que hay que preguntar, preguntar mucho, en ocasiones, hasta el más mínimo detalle. Pero habrá un momento en que hay que dejar de hacerlo y sólo mantenerse ahí, mirando, y desaparecer. Muchas veces ése es el momento en que surgen las cosas que estamos buscando y —lo que es mejor— lo inesperado. No gana el que llega primero sino el que más tiempo permanece. 

He descubierto, también, leyendo cosas por allá, por acá, en la práctica, en la calle: sin una mirada particular, subjetiva, no hay crónica. Y en una crónica no hay objetividad. 

Que haya cientos de maneras de mirar una historia quiere decir que hay muchas formas de escribirla y que sólo algunas de ellas se aproximarán a la verdad.   

Tampoco es que sea labor del periodismo revelarnos la verdad. No creo en el ensalzamiento romántico —que a veces parece dársele— del periodismo como justiciero, defensor de mujeres golpeadas, auxilio de los desamparados. Creo más bien que lo que hace este oficio es preguntarse cómo funciona este mundo y por qué lo hace así. Y entonces sí: tratar de encontrar no una respuesta precisa y seria, sino muchas que a la vez estarán rodeadas de dudas. Y, a la manera del periodista argentino Martín Caparrós, preguntarnos: ¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?

Ha pasado muchas veces: que alguien mientras reporteo me pregunta que esto cómo le va a ayudar. Lo malo: tratar de explicar que el periodismo no es ninguna institución de beneficencia social ni va a cambiar el mundo. Si resuelve su problema o al menos ayuda a hacerlo: qué bueno, nadie estaría más contento que yo. Pero, como primera instancia, vamos a contar una historia y a preguntarnos por qué el mundo funciona así. 

He dicho crónica pero en realidad he querido decir mucho más que eso: he querido decir periodismo narrativo. He querido decir texto periodístico armado con herramientas literarias. Quizás pronto dinamitemos las fronteras de los géneros y escribamos textos inclasificables. Sólo contemos historias con todas las posibilidades que la imaginación nos dé. Algo así como lo que Juan Villoro ha llamado un ornitorrinco de la prosa. 

Llevo apenas un año inmiscuido en la práctica del periodismo y algunos más en la literatura. Esto me ha servido para distinguir entre reporteros que redactan y reporteros que escriben. Llegué con la idea de que el periodismo puede ser otra forma de la literatura, o sea: otra forma del arte, y encontré ecos de esa idea en cronistas como Martín Caparrós, Leila Guerriero, Julio Villanueva Chang, Alberto Salcedo Ramos, entre otros reporteros que escriben, que hacen literatura. 

En ese brevísimo tiempo, uno aprende tantas cosas, fracasa en otras tantas, y cambia de perspectivas. Escribo para una revista que se publica una vez al mes: una vez al mes reporteo y escribo un texto más o menos de largo aliento. Algo así como freelance. Hubo unos días en que sentía que necesitaba, para crecer periodísticamente, entrar a trabajar en un diario. Por fortuna, pronto me di cuenta que no lo necesitaba. No para lo que pretendo: ser un periodista que escribe. ¿Para qué he de meterme en el diarismo? No sé si algún día vaya a estar en la redacción de un periódico sacando las notitas diarias. Por el momento, ya no quiero eso. Soy lento al escribir. Me gusta sentarme por días a trabajar en una crónica, a buscarle maneras distintas de escribir una historia. Eso en un diario no lo podría hacer.
El periodismo cambia, lo hará todo el tiempo. Para mantener esta verdad es necesario que cambiemos los que practicamos esta profesión. Cambiar las maneras de narrar, de contar historias. Y en el camino: fracasar, pero fracasar bien —y bonito. 

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