Hoy hace un año de 43 ausencias. Un año de parecer
habernos dado cuenta de que existen muchas más por todo el país. Publiqué esta
entrevista hace unos meses en una gaceta de un colectivo en el que participo en
la Comarca Lagunera. Ahora la traigo a este blog —con una manita de gato—,
deseando, como Juan Villoro lo escribe en una de sus columnas, que Desaparecido
sea un lugar que cambie de nombre para ser llamado Encontrado.
A principios de febrero dos estudiantes de la Escuela
Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa estuvieron en Monterrey. Días
después viajaron para Torreón. Uno de los normalistas fue sobreviviente de los
ataques policiales del 26 de septiembre del año pasado en Iguala, Guerrero. En
la ciudad regia tuve la oportunidad de charlar con ellos.
Uno
El viernes 26 de septiembre de 2014 por la mañana, varios
normalistas de Ayotzinapa partieron hacia Chilpancingo. Querían tomar autobuses
pero policías federales y municipales lo impidieron. Tenían el objetivo de
salir a botear y juntar recursos para, semanas más tarde, viajar a la
conmemoración de la Matanza de Tlatelolco en la Ciudad de México. Regresaron a
su escuela y comieron. En ese momento, la base estudiantil de la FECSM
(Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México) se reunió y tomó
la decisión de ir a Iguala. Alrededor de las cinco de la tarde los estudiantes,
la mayoría de primer grado, salieron hacia allá, cuenta Carlos Tlatempa, quien esa
tarde fue parte de los poco más de 100 normalistas que fueron a botear a
Iguala.
—Se tomó la decisión de no entrar al pueblo porque no
conocíamos la ruta, sabíamos que era muy complicado. Sólo era llegar a la
caseta de cobro y ya.
Dice Carlos sentado en una silla frente a mí; al lado
está Miguel García, el otro estudiante. Estamos en la cocina del local de La
Comunitaria, un colectivo de Monterrey.
—Se tomó un autobús, se subieron alrededor de 10
compañeros y hablaron con el chofer. El chofer dijo que sí, pero con la
condición de que llevaran a los pasajeros hasta la central. Ya llegando allá
encerraron a los compañeros, ya no los dejaron salir de la central. Y es cuando
nos llaman a nosotros. Ahí nos dijeron que ya habían agarrado a los compas, que
teníamos que ir por ellos, no los podíamos dejar allá. Nosotros llevábamos dos
autobuses de Estrella de Oro. Llegando allá se tomaron tres autobuses: dos
Costa Line y uno de la Flecha Roja. Yo me subí al Flecha Roja, nos echamos de
reversa y salimos por el lado sur de la terminal. El chofer iba deteniéndose
porque decía que no llevaba ropa; el caso es que se iba demorando. Al llegar al
último puente de Iguala, poco antes, nos avisan que había caído un compañero,
que ya lo habían matado, que había recibido un impacto en la cabeza de bala.
Llegamos a la terminal y ya estaba un autobús allí que lo habían balaceado
también, era uno de los que nosotros llevábamos. Estaba resguardado por los
policías municipales. Policías Federales de Caminos se acercan a nosotros y nos
quitan los autobuses apuntándonos. En un primer momento bajan al chofer, le
dicen que quién está a bordo del autobús y él le contestó que éramos chavos.
Nos bajaron a la fuerza. Nosotros les decimos por qué nos apuntan, que no
tienen el derecho de apuntarle a ningún estudiante. Les dijimos que éramos de
Ayotzinapa. Nos amenazan que si nos subimos al autobús nos iban a disparar.
Entonces salimos caminando hacia el pueblo. Ahí decidimos dejar el autobús pero
ya cuando pudimos correr, corrimos.
Y corrieron y un señor en una camioneta les gritó que se
fueran hacia el cerro. Carlos dice que subieron y encontraron una casa
abandonada, donde se escondieron. Que después siguieron caminando porque los
policías los estaban siguiendo. Que la lluvia estaba muy fuerte y así bajaron a
un puente. Que ahí los policías los vieron y tuvieron que correr más. Que
cuatro compañeros se separaron del grupo y se escondieron entre los arbustos. Y
que cuando desaparecieron de la mirada de los policías, tuvieron que caminar
alrededor de cinco kilómetros en busca de sus compañeros. Que cruzaron otro
puente hasta llegar a una mini central de autobuses Costa Line —aquí eran 14
los que seguían juntos. Que más adelante unas 10 patrullas los rodearon y los
policías nuevamente le empezaron a apuntar. Que justo ahí había otro puente por
el que empezaron a correr y los policías a dispararles. Que una señora comenzó
a gritarle a los policías que no dispararan, que ellos no habían hecho nada.
Que un señor se negó a esconderlos en su casa, pero que la señora sí los aceptó
en la suya. Que 10 de ellos se metieron pero los otros cuatro siguieron
corriendo por el cerro, entre la lluvia, hasta llegar a un pueblo. Que ya era
como la una de la madrugada y que estuvieron en esa casa hasta las seis de la mañana.
—Saliéndonos de la casa empezamos a buscar a los
compañeros, y no, no aparecieron. Nos vamos a la misma mini central y ahí
estaba una parota y ahí nos estamos un rato esperando noticias. Es cuando nos
dicen que mataron a más compañeros. En un primer momento dijeron que era el
compañero Yosivani. Entonces recibimos la llamada de un compañero que nos dice
que ya nos están buscando, que dónde andamos, que andan con la policía
ministerial buscándonos. Y nosotros les decimos que por qué andan con ellos si
la misma policía nos había disparado.
Cuando la patrulla llegó, Carlos y sus compañeros no
supieron si salir corriendo o qué hacer. Los policías les gritaron que no
corrieran, que uno de sus compañeros venía con ellos. Se subieron y los
llevaron al Ministerio Público a declarar, donde ya se encontraban otros
normalistas. Alrededor de las ocho de la mañana llegaron sus cuatro compañeros
que se habían extraviado en la madrugada.
—¿Los choferes de los autobuses rindieron declaración?
—le pregunté a Carlos.
—Suponemos que a los choferes los amenazan, que no den
ninguna versión porque si no los despedían. Ellos no han dado ninguna
declaración de los hechos, y yo creo que es algo fundamental que ellos también
declaren. Pero ahí, más que nada, sus jefes de ellos pues los obligan a no
declarar porque les van a quitar el trabajo si hablan.
Después de esa noche, Carlos Tlatempa decidió regresar a
su casa, al lado de su esposa. No quería ya volver a la normal rural. Tenía
miedo. Pero al pasar los días y enterarse de todo lo que se estaba diciendo en
los medios de comunicación, le dijo a su esposa que no podía quedarse en casa,
que tenía que regresar. De los normalistas que salieron esa tarde del 26 de
septiembre de su escuela, regresaron la mitad.
Dos
No es un caso aislado. Las normales rurales, y
específicamente la de Ayotzinapa, tienen un pasado guerrillero, socialista, de
lucha. El 13 de diciembre del año 2011, los estudiantes Gabriel Echeverría de
Jesús y Alexis Herrera fueron asesinados por balas de policías federales y
estatales durante un desalojo a un grupo de alumnos de Ayotzinapa que bloqueaba
la Autopista del Sol México-Acapulco y la carretera federal, a la altura de
Chilpancingo. Esa ocasión los estudiantes exigían, entre otras cosas, una
audiencia con el gobernador Ángel Aguirre Rivero, tras haberlos dejado
plantados en cuatro ocasiones; reinicio de clases en la normal, que habían sido
suspendidas desde el 2 de noviembre; aumento de la matrícula escolar de 140 a
170 plazas para el ciclo 2011-2012; y que los aspirantes que tuvieran promedio
de siete de calificación pudieran realizar el examen de admisión.
Esto lo recordaron los dos estudiantes de la Normal Rural
Raúl Isidro Burgos, Carlos Tlatempa y Miguel García, la ocasión que platicamos
en Monterrey, para después seguir hablando sobre el 26 de septiembre del año
pasado.
—Ya se sentía algo tenso —dice Miguel, de tercer año, con
voz pesada, firmísima—. Una noche antes se sentía diferente el ambiente, como
si algo iba a pasar. Los perros aullaban una noche antes. Una noche antes
recuerdo que se dejó caer un aguacero de lo más extraño, una tormenta increíble
que parecía que estaba anunciando algo, y todos los compañeros como que
comentaban y decían “pues algo puede pasar” o “algo va a suceder”.
Sin que se lo pregunte, Miguel se cuestiona: ¿por qué
Ayotzinapa?, ¿por qué la desaparición? Él mismo responde:
—Había ya algo, un arreglo entre las organizaciones
delictivas con el presidente municipal de Iguala, que sabemos que ha estado
históricamente metido en ese desmadre.
Han gritado, han luchado, han marchado, han hecho
destrozos en el estado de Guerrero, dice Miguel, y que es algo legal. Cuando
sucede algo tan fuerte como esto, es legal hacer un movimiento muy radical,
dice.
—Pero ya depende de la sociedad cómo lo vea. Se ha hecho
mucho en el estado de Guerrero y se va a seguir haciendo en el DF también y en
muchos lugares.
Esa tarde Miguel no partió hacia Iguala, le tocó quedarse
en la normal a cubrir otras labores.
—Nos informaron que ya había compañeros caídos, que había
compañeros inclusive desaparecidos; en ese momento ya se hablaba de gente
desaparecida, y pues todos al escuchar ese tipo de noticias nos paniqueamos.
Fue algo fuerte, al momento de que tú escuchas una noticia de este tipo y de
que convives con tus compañeros, a pesar de que no los conozcas muy bien, o sea
sientes, ¿no?, porque son de tu escuela, han estado allí y unos los ve caminar
por los pasillos.
—¿Habías hecho amistado con algunos de ellos? —pregunto.
—Con algunos compañeros, y sí, de pensar que hoy están
desaparecidos sí se siente feo.
Miguel y su compañero Carlos forman parte de una brigada
de normalistas y de familiares que recorren el país buscando y compartiendo
solidaridad. Días después de esta entrevista, visitaron Torreón, Coahuila,
donde se reunieron con estudiantes, organizaciones y colectivos y participaron
en un mitin en la Plaza de Armas.
—Este movimiento no nada más es por los 43 compañeros;
sabemos que aquí en el norte del país también hay un montón de gente
desaparecida, en el centro del país también hay un montón de gente
desaparecida, en todos los lugares, en todos los rincones donde uno quiera
investigarlo, hay gente desaparecida. Y todo por la gente que está coludida con
el narcotráfico junto con el gobierno.
Después, el otro estudiante, Carlos Tlatempa, recuerda
que aún hay dos compañeros hospitalizados: Aldo Gutiérrez Solano, que esa noche
una bala —se estima— calibre .223 le atravesó la cabeza y ahora tiene muerte
cerebral pero sus papás no lo quieren dejar ir, así que sigue conectado a unos
aparatos —a un año sigue en coma inducido internado en la Ciudad de México en
un hospital del cual no se ha revelado la ubicación por petición de su familia.
Y Edgar Vargas con la mandíbula destrozada por una bala de un policía que le
disparó a quemarropa.
—Ya los criminalizaron a los compañeros —continúa
Carlos—, que ahorita no se pueden defender porque están desaparecidos por el
mismo narcogobierno. Y acusamos al gobierno, que él es el responsable de esta
masacre, de este crimen de Estado, porque esto es un crimen de Estado. ¿Por
qué? Porque participaron fuerzas municipales, estatales y federales, tanto como
militares y federales de caminos también.
—Todo el brazo armado del Estado —intervengo.
—Sí, esto es un crimen de Estado organizado por el
gobierno, hay que dejar bien claro eso y que no nos vamos a detener que porque
ya hayan dado carpetazo; no, hasta que los encontremos vivos. Ya están diciendo
que los compañeros estaban con el crimen organizado, que había infiltrados, y
estamos aquí por eso, para desmentir todo.
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