Pasar
cuatro o cinco años de su vida estudiando una carrera profesional que, con
gusto o sin él, se ha elegido. Y después: trabajar en algo ajeno a ello que se
estudió.
O bien, trabajar ejerciendo su carrera, pero verse en la
necesidad de conseguir otro empleo para completar la quincena. O, si acaso,
queda la opción de ingresar en alguna administración municipal donde los
intereses del partido político en cuestión siempre están mermando.
Así la situación para algunos egresados.
ZULEMA, SOCIÓLOGA
—¿Aquí
en La Laguna hay campo para ejercer sociología? —le pregunto a Zulema,
socióloga por la Facultad de Ciencias Políticas de la UAdeC, unidad Torreón.
—Yo creo que sí hay campo pero
creo que ese campo tienes que hacértelo tú como investigador, pero también de
manera independiente porque siento que el campo que hay para la carrera puede
ser, por ejemplo, en el área de Recursos Humanos o puede ser en alguna
dependencia del gobierno, pero, por ejemplo, en las dependencias de gobierno
está muy sesgado a lo que los partidos políticos quieren.
Cuando Zulema recién egresó en el 2012, junto con otros
sociólogos de su generación se integró a trabajar a Prevención del Delito —una dependencia
municipal— en un proyecto financiado por fondos del Subsemun —Subsidio para la
Seguridad de los Municipios. Fue su primer empleo tras graduarse, y era,
precisamente, de socióloga. El proyecto perseguía un objetivo ambicioso, dice
Zulema: reconstruir el tejido social tras la etapa más violenta de la llamada
“guerra contra el narco” en la ciudad. Pero no contaba con ningún estudio
previo y, a decir de Zulema, sólo era agarrar un montoncito de egresados y
mandarlos a trabajar a distintas colonias.
—Como que ahí topé con pared
porque no te daban la libertad de que tú hicieras lo que tú sabes hacer sino
que tenías que hacer completamente lo que ellos decían y como ellos decían
aunque tú supieras que no era ético.
En el campo de la sociología,
una de las opciones para un profesionista es ir acumulando publicaciones
—textos en alguna revista, en algún libro— y enrolarse en proyectos que duran
aproximadamente seis meses y ya después nada. En el 2013 Zulema fue parte de
una asociación civil que realizó una investigación acerca de la violencia en
algunas colonias del sur de Torreón que dio como resultado final un libro.
Ahora espera que se edite un libro acerca de la historia regional de Viesca,
Coahuila, donde se incluirá un artículo de su autoría.
—A veces yo sí pienso, como que
me hacen dudar un poquito, que tal vez debí estudiar otra cosa porque otros
amigos que estudiaron una ingeniería o algo así pues ya tienen su tiempo
trabajando, ya tienen sus propios bienes. Conforme más pasa el tiempo, la
verdad sí me preocupa porque digo: bueno, ya tengo 25 años, hay veces que en
algunos trabajos te dicen que de 25 a 35
y dices: bueno, como quien dice, me quedan 10 años todavía vigente.
Ya en la desesperación, dice
Zulema, hace dos años comenzó a trabajar de secretaria en un empleo que
encontró por internet y que le ofrecía prestaciones de ley. Sin embargo, a la
semana le comunican que el sueldo sería menos del que se había anunciado y que
no tendría vacaciones pagadas ni seguro social. A pesar de ello, siguió en la
empresa.
—Hasta que me di cuenta que nada
más trabajaba para ir a trabajar —dice, pues la mayor parte del salario se le
iba en camiones y en comidas.
Duró medio año trabajando en esa
empresa y después empezó a enviar currículos para empleos de trabajo social o
de recursos humanos, pero en general le respondían que estaba
sobrecalificada.
—He quitado que tengo estudios, cursos y todo y
he puesto que nada más tengo la prepa.
En el 2014 Zulema volvió a la
dependencia municipal Prevención el Delito, pero no ya como socióloga —como cuando
recién egresó— sino como tallerista de teatro para niños en un centro
comunitario. Los pagos llegaban a destiempo y, aunque tenía la obligación de
proporcionar el material necesario, la dependencia no lo hacía: Zulema tenía
que encargarse ella misma de sacar copias de los guiones, de conseguir libros y
material para montaje.
—Tuve que andar pidiendo
vestuario y alitas y cosillas así para hacer una pastorela que, al final de
cuentas, era para que ellos comprobaran que estaban haciendo bien su trabajo.
Al comenzar el año siguiente fue
aceptada por el INE como capacitadora asistente electoral por un lapso de seis
meses —de nueva cuenta un empleo donde no ejercía su profesión. Zulema dice
que, hasta la fecha, es el único que ha tenido que estuvo medianamente bien
pagado —ocho mil pesos al mes—, y aunque tampoco le ofrecían afiliación al
seguro social, tenía, en cambio, un seguro de vida. De junio a diciembre de
2015 estuvo desempleada, tiempo que aprovechó para seguir con la investigación
y escritura de su tesis gracias a un ahorro que hizo. A día de hoy, en 2016, está
trabajando en un programa ambiental impulsado por la iniciativa privada en
conjunto con el municipio de Torreón —y Zulema no es su nombre, pero prefiere
evitar su nombre real por un temor ligero a que por alguna razón se enteren de
la entrevista y la despidan. Aunque al principio le vendieron la idea de que
necesitaban sociólogos, en realidad el trabajo no se relaciona mucho con su
disciplina.
—Hace dos años me puse a hacer
un curso de Microsip —dice Zulema—, o sea, que dices: ¿un sociólogo para qué
quiere el Microsip si eso es para una empresa? Dices: pero bueno, a lo mejor es
algo que le puedes poner en tu currículo.
ITALIA, ECÓLOGA
—La
verdad estoy muy a gusto aquí. Me gusta mi trabajo, me gusta lo que hago. Por
mi hija que está chiquita, lo principal que busco es que el horario se me
acomode —dice Italia, ecóloga egresada en diciembre de 2012, sentada a una mesa
del café que atiende desde hace unos meses en el centro de Torreón.
Estudiar una licenciatura en
ecología nunca fue su primera opción. En preparatoria hacía teatro y eso es lo
que ella quería, pero para estudiarlo tenía que viajar a Monterrey o a Xalapa.
Sus padres no estuvieron de acuerdo, así que presentó examen de admisión para licenciatura
en Administración en el Tecnológico de La Laguna —y aunque la aceptaron, no le
gustaba la idea. Después supo de la nueva carrera de ecología que ofrecía la Facultad
de Ciencias Biológicas de la UJED. Y entonces se quedó ahí.
Italia dice que para los
ecólogos hay dos opciones: dedicarse a la investigación o trabajar en un área
natural protegida. Pero a ella no le gusta la investigación, así que al
graduarse cursó un diplomado en estadística. Al terminarlo, la doctora que
impartió el diplomado le dio la oportunidad de ser por algunos meses maestra
suplente de su materia de bioestadística.
—Concursé la materia pero no me
quisieron porque no tengo una maestría. Tenía experiencia, le sabía al tema, me
fue bien en el examen que me pusieron y todo, pero pues sí me dijeron: no, es
que no, como ya somos facultad queremos puros maestros o doctores. Sí me
desilusioné de ese rollo un poquillo.
Seguir estudiando ya no se
adaptaba a su ritmo de vida: tenía ya esposo y una hija pequeña y la maestría
le exigía tiempo completo y salidas a campo de hasta por tres semanas.
Ha sido la única vez que ha
laborado ejerciendo su carrera. Evitó buscar dar clases en colegios porque son
muy mal pagados, dice. También dice que ha dejado currículos en direcciones
municipales de ecología. Cuando todavía estudiaba la licenciatura, hacía sus
prácticas profesionales en la dirección de ecología de Lerdo, pero no se quedó
a trabajar ahí porque para eso se tenía que afiliar al PRI —que en ese momento
lideraba la administración municipal, y lo sigue haciendo.
—Y pues en el inter del 2012
para acá, he trabajado en otras cosas, he trabajado en una farmacia, trabajé en
un local vendiendo focos ahorradores —dice Italia, y que también ha vendido mil
cosas, hasta que llegó aquí, a este café.
Dice Italia que de su generación
egresaron seis personas: tres trabajan actualmente de ecólogos —una de ellas
fuera de la región lagunera—, los otros tres no, incluyéndose.
MARCE, MAESTRA DE HISTORIA
Marce
tampoco tenía como su primera opción estudiar la carrera de la que finalmente
se graduó en julio de 2012: una licenciatura en educación básica con
especialidad en Historia. Con la influencia de una madre enfermera y de varios
tíos médicos, desde niña pensó que estudiaría medicina. Pero se espantó y se
dijo que mejor no haría gastar a sus papás en vano. Entonces eligió ser
maestra.
Al graduarse, su madre, que
trabajaba en el Hospital Ángeles, le dijo que estaban solicitando una asistente
para un consultorio pero de manera temporal. Marce se quedó con el puesto: iba
sólo tres horas al día mientras que mandaba currículos y dejaba solicitudes en
otros lugares. En enero de 2013 le hablaron del Colegio Antonio Bernal. Ahí
entró dando algunas pocas clases a grupos de secundaria hasta que una maestra
de la rama de historia renunció a mitad de semestre. Entonces se quedó con tres
grupos de secundaria y dos de preparatoria —dando las clases de Historia de
Mexico, Historia universal, Filosofía, Historia contemporánea, Ciencias sociales,
Ética y valores— al tiempo que seguía en el consultorio porque en ese mismo
enero le habían dado el turno completo de la tarde.
En el colegio no le pagaban vacaciones ni tenía prestaciones
ni seguro social. Además, el esquema de pago era: clase dada, clase pagada. De
modo que el tiempo invertido en eventos del colegio no era pagado.
—Hacen semana cultural en el
colegio y te sacan, no sé, dos horas después del receso para que los chavos
expongan sus obras o lo que hicieron, pero eso no te lo pagan a ti, no se lo
pagan ni al maestro de arte ni al maestro que imparte las demás materias, o
sea, es tiempo muerto y tienes que estar ahí cuidándolos. Tiempo de honores
tampoco te lo pagan.
La hora clase —45 minutos—
inicialmente se la iban a pagar a 45 pesos, pero le pedían que se diera de alta
en Hacienda porque necesitaban que les diera recibos de honorarios. Marce les
discutió, les dijo que eso a ella no le convenía. Al final quedaron en que
omitirían lo de los recibos pero, en cambio, la hora quedaría a 40 pesos.
Tiempo después, el subdirector se fue porque le dieron una
plaza y al frente de la escuela se quedó sólo el director que, más que un
educador, era el dueño del colegio: un empresario que se preocupaba más por que
los alumnos compraran el uniforme deportivo que por su desempeño académico.
Marce impartía 30 horas clase a
la semana y con la salida del subdirector ella se fue haciendo un poco cargo de
sus funciones; por ejemplo, ayudaba en la elaboración de los horarios —claro,
sin pago alguno y, en realidad, dice Marce, el director ni le daba las gracias
ni decía por favor ni reconocía su esfuerzo. Después de más de dos años,
renunció en octubre del año pasado.
—Había una rotación de maestros
increíble, todos se iban, todos se iban. Se puede decir que cuando en octubre
que yo renuncié, yo era la maestra más antigua.
Haciéndose valer de esa
“antigüedad”, antes de renunciar Marce le dijo al director que se merecía un
aumento pues al profesor de inglés le pagaba 60 pesos la hora. Le respondió que
profesores de inglés eran difíciles de conseguir.
—Y me dijo así, muy bonitamente,
pero me dio a entender que si no quieres tus 40 pesos por la clase que das,
alguien más la va a venir a dar. O sea, no les interesa tanto el hecho de quién
está preparando al alumno sino el hecho de quién tenga la necesidad de cobrar
esos 40 pesos.
—¿Te arrepientes de haber
estudiado esto? —le pregunto después.
—Por momentos sí, por momentos
en cuestión de que yo digo: no puedo dejar el hospital y mantenerme solo de
maestra. O sea, tengo que estar esclavizada a trabajar en la tarde en el
hospital porque mi carrera no me va a dar para comer.
Después de renunciar al colegio,
Marce siguió —y sigue— en el consultorio médico.
En enero de este año tenía planeado mandar currículos
nuevamente, pero estaba tan cansada de trabajar jornadas dobles, que ha
pospuesto su plan hasta agosto. Y si entonces para ese mes logra encontrar una
escuela en la que dar clases, volverá a las jornadas dobles de trabajo: seguirá
en el consultorio del hospital, que no dejará a no ser que consiga una plaza de
maestra.
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