¿Quién en un partido de beisbol mira al campo?




Publicado en el blog Estancias de CultoGrama. 
22 de junio, 2016



Bun Alonso

Hace pocos meses, después de quizás una década o muy probablemente más, volví a asistir a un partido de beisbol. Los únicos partidos que logro ver completos son precisamente a los que asisto. Por televisión nunca he terminado uno. Preso por el aburrimiento, acabo por cambiar de canal a los pocos minutos. Aunque algunos otros minutos después vuelvo al partido, para repetir nuevamente el ritual.

Proveniente de raigambre futbolera, en casa siempre se sintonizaban partidos de futbol. A la fecha, puedo pasar 90 minutos frente a una pantalla de manera ininterrumpida.

Por otro lado y en otros deportes, el tenis sólo me entretenía cuando de niño lo jugaba en el nintendo o en el súper nintendo. El basquetbol ni en videojuegos me gustaba.

La lucha libre es un deporte y espectáculo encantador y catártico. El gusto por ella me viene también de tradición familiar. Pero últimamente en la televisión los luchadores pasan más tiempo hablando que sobre un ring. Detrás de cámaras, pareciera que en vez de irse a entrenar, fueran a una no muy buena escuela de actuación. Se ha convertido en una serie televisiva con malos guionistas.

Y en cuanto al box, lo más cercano que estoy de él es cuando leo las crónicas de boxeadores que ha escrito el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos. O más reciente (aunque escrita ya hace mucho), la narración del encuentro entre Fidel Castro y Muhammad Alí en La Habana hecha por el legendario Gay Talese (encuentro no boxístico, por supuesto).

Y el futbol americano nunca lo he entendido.

En una ocasión, un día de 2012 próximo a las elecciones presidenciales, estaba en una reunión —entre borrachera y no— con compañeros y amigos de un taller literario. Como buenos aspirantes a escritores que éramos algunos, las pláticas sobre política venían incluidas en este tipo de reuniones. Una chica, muy aficionada ella al futbol americano, dijo que el escenario político electoral de entonces se le antojaba como un partido de americano. Y entonces lo explicó.

Yo, que en ese tiempo aún creía que un candidato presidencial podría cambiar en algo a este país y que además creía saber quién era quién en las elecciones de ese año, terminé tan confundido como a quien le hablan en un idioma que no conoce. No sé si alguien de los que estábamos ahí haya entendido algo del símil que nuestra compañera intentó realizar, pero casi todos tenían ese aire de expertos que sólo pueden lograr aquellos que simulan entender algo que no entienden un carajo.

Pero entonces ahí estaba después de muchos años en un partido de beisbol en el estadio Revolución de Torreón viendo a los Vaqueros Laguna jugar.

Un par de chicas en shorts pequeños repartían calcomanías del equipo; un joven pasaba anunciando a gritos una rifa por mil pesos; después algún otro, la cerveza, las papas fritas, las pizzas; en las bocinas del estadio una voz deformada anunciaba al siguiente bateador en turno o intentaba hacer algún tipo de porra; cuando no era la voz, de las bocinas sonaba un poco de música mientras en una pantalla aparecían tomas de uno que otro espectador; una botarga de pollo y otra de vaquero jugueteaban con el público, bailaban, daban su espectáculo.

Y abajo, en el campo, un hombre muy concentrado intentaba batear una bola que otro hombre igual de concentrado le arrojaba. Y otros tantos se movían de acuerdo al curso de esta bola.

Un amigo lo hizo notar: hay demasiadas distracciones.

Todo el ruido e imágenes que acompañan a un partido de beisbol hacen parecer como si en el campo no estuviera sucediendo nada. 

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