Crónica publicada en Distintas Latitudes. 27 de Noviembre, 2016.
Texto: Bun Alonso
La Plaza de Armas de Torreón fue el punto
de reunión para la marcha del #25N. Eran pasadas las seis de la tarde y
comenzaba a anochecer. Había mujeres con veladoras aún sin encender
mientras otras preguntaban y esperaban por unas playeras que habían
mandado a hacer exclusivamente para este día y que no llegaban. Entre
ese grupo que se preparaba para salir a la marcha —si acaso 130
personas—, estaba Rosa María Rocha González.
Dos días más tarde, me contaba su
historia, que era la historia de su hija Dana Milagros Cigarroa Rocha.
Que era la historia de un feminicidio en Torreón. Cuando niña, Dana se
había ido junto con su mamá a vivir a Dallas, Texas. En algún momento,
Rosa María, su madre, había conocido a un mexicano allá, se habían
casado, tenido hijos. Regresaron a Torreón cuando Dana tenía 16 años. El
esposo de su madre se había quedado en Dallas. Pero Dana no quería que
sus hermanos crecieran sin su padre como ella lo había hecho. Le dice
pues a su madre que se regrese, que ella se quedaba ahí con su abuela.
Rosa María accede y regresa a Dallas. Desde entonces sólo los vería
crecer, a ella y luego a sus nietos, mediante fotografías, la única
manera en que podía seguirle la pista al tiempo.
Al poco tiempo, Dana conoció a Roberto
García Estrada, un chico de una colonia vecina. Se hicieron novios,
quedó embarazada, su madre le dijo “bueno pues no eres la primera ni la
última, pues sabes que como quiera cuentas conmigo”. El chico, por su
parte, le dijo que le correspondería con el bebé en camino y que quería
casarse. Su madre le volvió a aconsejar: si te vas a casar, que sea por
amor, no por obligación porque ya estás embarazada. Y su hija sí, que sí
era por amor.
Se casaron. Tuvieron dos hijos: una niña
y después vendría un niño. Rosa María, la madre y ahora abuela, les
mandaba dinero, estaba al pendiente de todo lo que necesitaran. Así
pasaron cerca de diez años. Roberto comenzó a consumir drogas y Dana a
ser víctima de violencia doméstica. Ella buscó el divorcio pero se
arrepintió. Un sábado la pareja e hijos acudieron con la familia de
Roberto a un convivio. Por la noche, al regresar a casa, Dana y Roberto
comenzaron a discutir. Él tomó un cuchillo de la cocina que clavó en el
costado derecho del tórax de ella. Dana todavía alcanzó a salir a la
calle en busca de ayuda. Unos vecinos la auxiliaron. Roberto intentó
obligarla a regresar, así herida, a casa. Dana se fue en la ambulancia
todavía consciente, suplicando a los paramédicos que hicieran todo lo
posible para que no muriera, que no quería morirse, que sus hijos. Murió
horas más tarde en un hospital. Era la madrugada del domingo 11 de
octubre de 2015. Ella tenía 26 años. Él, 29.
Ahora, un año y un mes después, Rosa
María participa en la marcha del #25N. La marcha recorre la avenida
Morelos, donde ahora está casi terminado el llamado Paseo Morelos, un
intento municipal por reactivar la economía de la zona. La mayor parte
del lugar está oscuro y hay poca gente por la calle. Una señora de baja
estatura usa un megáfono para animar el grito de las consignas, aunque
más tarde parece olvidarlo y decide gritar con sólo la fuerza de su
garganta.
***
De madrugada, Rosa María llegó sola,
desde Dallas, directo al velorio preguntando por sus nietos, que estaban
en casa de una sobrina. Y entonces fue a conocer en persona, por fin, a
esos niños. Ya en el lugar, su sobrina le preguntó a la niña, la mayor,
que si sabía por qué estaba su abuela aquí, “¿te acuerdas lo qué pasó
con tu mamá?” Y la niña respondía que sí, que se acordaba lo que había
pasado. Luego su sobrina y sus hermanas voltearon a ver a Rosa María
instándola a que le diera la noticia.
—Pero yo no pude decírselo, o sea, se me
hacía un nudo en la garganta que no podía yo ni hablar. Y ya mi hermana
es la que les dice a los niños que su mamá falleció.
Y la niña soltó entonces un llanto con
mucho dolor, lo recuerda ahora Rosa María, y no se explicaba, decía ¿por
qué su mamá? ¿por qué a ella tenían que habérsela llevado? Nieta y
abuela se abrazaron después. “Abuela, ¿por qué es tan injusto?” y la
abuela que no pudo responder nada porque el nudo en la garganta seguía
ahí impidiéndole decir cualquier cosa.
Hay quienes opinan que violencia es
violencia en cualquiera de sus formas, que la palabra «feminicidio»
sobra y que, en todo caso, debería llamarse «humanicidio». Lo mismo
ocurre con «feminismo»: eso está mal, dicen, si tanto buscan igualdad,
¿por qué no se llama «igualismo»?, se preguntan.
Pero quitar esos conceptos es hacer
invisible todo un contexto social, una estructura de poder que
históricamente ha privilegiado a un género. Es, también, eliminar
cualquier posibilidad de entender esa violencia —y para evitar esa
violencia, antes es necesario entenderla. Porque es diferente que te
maten a que te maten por ser lo que eres.
Ahora, cerca de una hora después, la
marcha ha llegado a su destino. Hay una tarima frente a la Fuente del
Pensador de la Alameda. Los participantes se acomodan en una media luna
delante de ella. Debajo, un breve altar formado con rejas de madera y
una cruz rosa con una leyenda muy obvia: El machismo mata. Habrá música,
pronunciamientos, y un grupo de tambores.
—Qué bonita, ¿verdad? —le decía una
señora a otra extendiendo su playera conmemorativa del #25N, esas que
habían tardado en llegar pero que, a fin de cuentas, habían llegado.
Roberto hoy está en la cárcel esperando
sentencia. Rosa María sigue aquí en Torreón luchando por obtener la
patria potestad de sus nietos —de seis años el niño, de nueve la niña— y
poder volver con ellos a Dallas.
—Yo no me quiero ir sin ellos porque es
dejarles en ¿qué manos? ¿En la familia de él? Imagínese, si no supieron
educar a su hijo, mucho menos van a poder educar a mis nietos, que son
mis hijos ya, porque no son mis nietos, son mis hijos.
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