Telerrealidad: el gran ritual


Publicado en el periódico kioSco nº93, julio 2013.

Bun Alonso

Desde la década de los noventa del siglo pasado la televisión se nos ha venido cada vez acercando más, nos ha seguido los pasos, se nos ha intimado, su realidad televisiva parece tragarse a nuestra realidad. O más bien, se trata del maridaje entre estas dos realidades, en donde la televisiva es la dominante. Similar a la manera en que durante los años treinta la ficción de la novela “La guerra de los mundos” adaptada en guion y transmitida vía radio causó pánico entre la población estadounidense al creer que los sucesos narrados en verdad estaban ocurriendo (algo así que podríamos nombrar como radiorrealidad), parecido a esto es la manera en que funciona la telerrealidad (aunque no exactamente igual, claro está, pues existen matices distintos, formas narrativas diferentes). Ésta nos trastoca nuestro orden de lo posible y apela a identificarnos con lo imaginario, tomándolo como real. Lo que pone de relieve que se vuele urgente una educación para la recepción de medios.

Para Gérard Imbert, escritor radicado en España y especialista en temas de comunicación audiovisual, la televisión es cada vez menos la ventana hacia el mundo, para convertirse cada vez más en el reflejo del sujeto, de sus interioridades. Es decir, ha pasado de ser espectacular o ser especular, según palabras de dicho autor. O en otras palabras, ha dejado de ser una ventana y se ha convertido en un espejo.

Mencioné al principio que el cambio en la manera de hacer televisión ha iniciado principalmente en los años noventa, esto debido a que fue la época en que proliferaron nuevos formatos, como los reality y los talk shows, lo que supuso la integración del espectador al discurso televisivo. Éste es el punto en que la televisión ha comenzado a fabricar su propia realidad. Ya no reproduce la nuestra sino produce la suya.

En México podemos pensar en antecedentes como “Big Brother” y el talk show “Hasta en las mejores familias”. El primero inauguraba una simulación de la realidad tomando como pretexto la convivencia, mientras que el segundo suponía la exposición del ámbito personal ante un público de millones de personas, la fusión de dos niveles de vida. Después, algunos recordaremos la introducción de ciertos personajes al programa, personajes que escapaban a los parámetros tomados como normales por esta cultura occidental, y mismos que ayudaron a que la emisión acabara por fabricarse su propia realidad.

Desde entonces se instauró el tiempo del reality, una nueva forma narrativa, en donde prácticamente desaparece el narrador, para dar paso al ojo de la cámara como único ente mediador entre la actualidad del reality y la nuestra. Es esto lo que nos hace partícipes de la actualidad visibilizada en la pantalla. La actualidad íntima siendo pública.

Actualmente los reality shows han tomado otro rumbo, y han basado su fuerza en lo testimonial, en la exposición de los sentimientos humanos más íntimos. Es decir, han acabado de mediatizar al llamado amor romántico. Con el advenimiento de programas para buscar pareja sentimental, como el de “12 corazones” o los “Mitad y mitad” conducidos por Ernesto Chavana en Multimedios, se refuerzan los mitos de la media naranja, del amor de mi vida, el mito de la heterosexualidad, de la fidelidad perpetua, de la dualidad sagrada. En la mayoría de los casos se desarrolla en línea patriarcal. Es decir, por lo general se trata de un famoso, hombre, por el cual varias mujeres, no famosas, “pelean por su amor”. Y son en sus formas narrativas en donde encontramos el sustento de la telerrealidad. Pues la narración consiste en transformar la actualidad en suceso. Vemos cómo se antepone el hecho trivial, sin trascendencia (una caída durante algún concurso, una declaración “escandalosa” de algún participante, etc.) ante lo sucedido en la realidad político-social. Se domestica el hecho cotidiano de la vida, junto con las diversas emociones transcurridas durante estos programas, al grado de que es consumido por el televidente como un producto más.

El ritual llevado a cabo por los medios televisivos para crear su telerrealidad consiste en imitar los efectos de la nuestra, y para esto su gran herramienta y ventaja es su visibilización. “Si lo vi en la tele debe ser real”, parece ser la primicia básica que han tratado de introducir a los televidentes. Cualquier cosa que se nos intente presentar en tv como real es creída por su adhesión inmediata a nuestro sentir que, sin ningún intermediario, se basa generalmente sólo en la acción de ver.

Y el resultado finalmente puede ser desastroso. Ya había mencionado en un texto anterior el caso de la niña que se suicidó con la esperanza de que la Virgen de Guadalupe la reviviera, tal y como ocurrió en un episodio del programa producido por Televisa “La rosa de Guadalupe”, el cual ella había visto días antes. Recientemente, en el mes de mayo, se ha dado a conocer otro caso relacionado con dicho programa. En ciudad Juárez, Chihuahua, una chica adolescente, con la ayuda de dos amigas, fingió su secuestro con el objetivo de obtener dinero para irse de compras. Fueron detenidas, y por internet se divulgó un video en donde un reportero de Televisa interroga a la chica y ella confiesa haber realizado dicha acción impulsada por un episodio del programa antes citado. Dicho sea de paso, el video del interrogatorio da por sí mismo material de análisis y debate para abordar tema aparte.

Bien, retomando, lo anterior ocurre porque la representación mediática acaba por suplantar a la realidad objetiva del televidente. Se crea un propio universo referencial, el cual se desenvuelve en el ámbito de lo verosímil, pero con tintes mágicos e imaginarios que, ayudados por la lógica de la seducción y la fascinación, acaban por convencer al telespectador de que los hechos de ficción que él ve en su pantalla los puede trasladar a su universo y que ellos se desarrollarán con perfecta verosimilitud, como él mismo lo acaba de ver por televisión.

No hay duda de que estamos viendo una televisión más cercana a nosotros y, por lo mismo, más peligrosa. Lo más probable es que los programas de juegos y concursos, de entretenimiento, los realities, se sigan multiplicando. También que nuevos formatos para producir televisión aparezcan. Y que nuestra identidad se vaya formando cada vez más con elementos y referencias impuestas desde un discurso televisivo muy ajeno a la realidad. Todo esto se potencializará, y la pregunta va siendo la misma que se plantea Gérard Imbert: ¿por qué nos fascina tanto la televisión?

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