Las búsquedas independientes del Grupo Vida. Primer apunte



Publicado en el blog Estancias del portal CultoGrama. 
23 julio, 2015


Bun Alonso 
Un día mi cuerpo al tuyo encontrará.
Y aunque mi sangre no sepa nombrar a la tuya,
estoy seguro que un día mi cuerpo a tu cuerpo encontrará

Canción Promesa



La primera vez que los acompañé encontramos tres cráneos. Eran finales de marzo de este año y estábamos en el cerro Bola en el municipio de Parras, Coahuila. Un poblador —enfundado en botas, sombrero y sobre un caballo blanco— nos llevó hasta el lugar donde estaba el primero de ellos. Dijo que ya llevaba al menos un año ahí y que el resto de los huesos se los habían comido las vacas. Seguimos buscando. Minutos después, oculto debajo de un mezquite y entre yerbajal, estaba el segundo. Otros minutos después, el tercero: a ras de suelo como los demás, pero éste sin mandíbula. Ese día también —en una búsqueda de aproximadamente cinco horas— encontramos fragmentos de restos óseos.

Grupo Vida —Víctimas por sus Derechos en Acción— es una organización de familiares de personas desaparecidas de La Laguna de Durango y Coahuila. Desde enero de este año comenzaron por su propia mano la búsqueda de desaparecidos. Cada sábado se reúnen a las ocho de la mañana para partir hacia algún lugar del desierto. Van acompañados por elementos de la PGR y de la PGJE, quienes en general sólo fungen como eso: mero acompañamiento.

Todo proviene de sus bolsillos, de acciones para recaudar fondos —han hecho hamburguesadas, un show de travestis, han boteado en las calles — o de donaciones: varillas, palas, radios, botellas de agua, comida, cubrebocas, guantes de látex.

Las espinas traspasan fácilmente, uno se resbala fácilmente, se cansa fácilmente: los tenis con los que íbamos a las búsquedas definitivamente no eran los adecuados para explorar cerros, el monte. Rubén Moreira, gobernador del estado de Coahuila, había prometido que haría llegar botas para todo el grupo. Nunca llegaron. Hace algunos meses unos ciudadanos y una empresa donaron varios pares de ellas.
Cuando me acerqué al grupo por primera ocasión, viajamos en una camioneta van rentada; después en una camioneta con una gran caja de lámina que nos hacía parecer indocumentados intentando cruzar el charco. Ahora las búsquedas se realizan en dos camionetas prestadas. Pero la gasolina sigue saliendo del bolsillo del grupo.

Han existido ocasiones en que las búsquedas —además de los sábados— se han realizado uno o dos días entresemana. Como aquella vez que fuimos a la comunidad El Patrocinio en San Pedro, Coahuila. Era abril y estaba yo en la búsqueda habitual junto con un par de integrantes del Grupo Vida —los demás andaban desperdigados en otros puntos de esa gran vereda de tierra. Nos acompañaban algunos elementos de la PGR cuando vimos pasar a un chivero —uno de esos hombres que acarrean chivas. Nos acercamos a platicar con él e inmediatamente nos contó lo que había visto en aquellos años en que la violencia del narcotráfico azotaba con más fuerza en La Laguna. Nos dijo que por el tramo por el que caminábamos solía haber unos 80 tambos alineados, pero que tras irse “los malos” la gente de por aquí los ha ido recogiendo para venderlos al kilo; que él nomás veía todo el ahumadero que hacían. Que si eso lo hacían por las noches, preguntó una señora. Que no, respondió el chivero, que eso sucedía en plena tarde. Esa vez hallamos sólo dos de esos tambos, agujereados quizás por balas. Empezamos a hallar, también, restos de huesos enterrados. Estaban calcinados y la tierra que los cubría era negra y desprendía aún olor a diésel. De un momento a otro, varios familiares empezaron a excavar en distintas partes del terreno: el lugar estaba repleto de huesos calcinados. Los peritos llegaron a recoger los restos, y un día de entresemana y al siguiente sábado el grupo volvió a ese sitio que parecía un cementerio clandestino.

Los tambos eran utilizados como las llamadas “cocinas de los narcos”. A grandes rasgos: el cadáver era metido en el tambo, bañado en diésel para luego prenderle fuego. Ollas donde se descomponía la carne. Luego sólo quedaban algunos huesos que eran enterrados a poca profundidad. Años después —ahora— el Grupo Vida los encuentra.

***
Un día le oí a decir a una señora cuyo nombre es Lucy que eran mamás que se volvieron locas buscando a hijos de otras mamás que se volvieron locas.

Varios integrantes de este grupo han sido cuestionados —por sus familias, amigos, conocidos, etcétera— sobre por qué van a buscar cadáveres: ¿qué acaso ya dan por muertos a sus hijos, esposos, hermanos? Todos van con la convicción de que su familiar desaparecido está vivo. Lo que pasa, dicen, es que buscan a los desaparecidos de otras personas para que una familia pueda por fin encontrar la paz. Los suyos, dicen, los suyos siguen vivos.

Pero a la fecha la paz para esas familias aún no ha llegado. En mayo las autoridades informaron que dentro de seis meses darían los resultados de los exámenes de ADN de los cráneos y de los restos óseos —aunque muchos de ellos, los quemados sobre todo, será difícil extraerles algo. Entonces Grupo Vida lanzó un ultimátum: si en seis meses no hay resultados, pedirán el apoyo del Equipo Argentino de Antropología Forense, con quien ya tienen contacto. Este equipo de forenses fue creado en los años ochenta para identificar víctimas de desaparición forzada por la dictadura argentina. Desde entonces han trabajado en alrededor de 30 países: fueron ellos quienes identificaron los restos del Che Guevara y que recientemente respaldaron a los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa.

***
En una ocasión —reunidos antes de partir a la búsqueda— Martín, un hombre de unos 50 años que no ha conseguido trabajo desde hace casi tres que desapareció su hijo, platicaba sobre la situación económica que atravesaba: estaba a punto —o lo está— de vender su casa. En la búsqueda más reciente a la que asistí volví a hablar con él. Desde hace tiempo que desistió de la idea de conseguir un empleo. Me dijo que si llegara a conseguir uno, ya no podría asistir cada sábado a estas búsquedas. Él, dice, ya vive para esto. La manera en la que la sobrelleva es preparando y vendiendo empanadas de dulce junto con su esposa.
Durante los recorridos hay de todo: llantos, risas, bromas, enojo, risas, frustración, coraje, tristeza, más risas y bromas.

En una de las búsquedas realizada en Patrocinio, en San Pedro, Coahuila, después de haber cavado varios hoyos y encontrado huesos quemados, alguien dijo:

—Qué desgraciada gente.

—Ojalá estén pagando ahorita —respondió una señora.

Ese mismo día, si no recuerdo mal, uno de los elementos de la PGJE de nombre Saúl que constantemente enviaban a las búsquedas no había asistido porque se encontraba de vacaciones. Cuando recién llegamos al lugar y empezamos a excavar, Rocío, una integrante del grupo con un hermano desaparecido, comentaba mientras cavaba con las manos:

—Saúl debe estar en la playa, ¿no está en la playa? Vamos a imaginar que estamos con él en la playa; ahorita nos enterramos. Con esto hacemos castillos —en referencia a la tierra que iba sacando.

Después, con un pedazo de hueso quemado en la mano, preguntaba:

—¿Quién quería carne asada?

La broma pudo haber resultado fuerte y ofensiva, pero no: todos rieron.

La impresión que dan es que son personas que algo saben de esconder las lastimaduras de la vida.

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