Una cuna imperfecta





Publicado en el blog Estancias del portal CultoGrama.
17 de abril, 2016
 
 


Bun Alonso

Son movimientos y ruidos que se enredan. El cabeceo en cada frenada precipitada, el traqueteo de láminas, la estridencia, la cumbia, la banda, el reggaetón, la radio en La Caliente 92.3 efe eme, el asiento que da saltitos a ritmo de baches.

Nunca he conducido. No lo sé hacer ni sé si quiero aprender. Me da un poco de temor. Me imagino atropellando gente o chocando con algún poste. Por eso siempre he viajado en camión. Me gusta. No está en mí la responsabilidad de un volante. Supongo que una ventaja al abordar un camión es poder ganar un asiento al lado de la venta e ir mirando afuera y refrescarse un poco. En tiempos de calor —que son los más—, sobre todo a eso de las tres de la tarde, lo que entra por la ventana es una bola bofa caliente que pega en la cara. Y entonces es mejor cerrarla.

Muchas veces dentro de un camión Torreón es una cuna imperfecta.

Los camiones Ruta Norte cargan con una fama mortal: Ruta Muerte es su apodo, me contó una amiga hace poco cuando la acompañaba a tomar el camión de regreso a su casa. Aunque esta ruta la llevaba a su destino, prefirió tomar una diferente. Le huye a esos camiones. Las morritas de secundaria te pegan el chicle en el cabello, me había dicho, las doñitas se caen al bajarse porque el chofer arranca apresuradamente, y demás maravillas.

Apenas unos días después en El Siglo de Torreón una nota informaba de un hombre al que un Ruta Norte le había arrollado las piernas cuando éste intentaba bajar: «[…] y al llegar al Centro, pidió la parada, y al estar descendiendo, el operador del camión aceleró provocando que Alejandro cayera al pavimento, para después ser arrollado por la unidad, terminando con lesiones en sus piernas, ya que los neumáticos de la pesada unidad se las prensaron, dándose a la fuga el chofer», decía la nota, tupida de gerundios, publicada el 15 de marzo pasado. 

Aproximadamente el 70% de las rutas urbanas circulan por el bulevar Revolución, lugar por el que pasará un hipotético metrobús —el cual está en planes sin fechas concretas aún— que llegará hasta la ciudad de Matamoros, Coahuila. Con la futura llegada del soñado metrobús, las rutas urbanas tendrán que redireccionarse, acortando sus trayectos. La consecuencia directa será que muchos camiones tendrán que salir de circulación. El plan de la dirección de Transporte del municipio es: que los concesionarios vendan sus unidades sobrantes y le entren de socios al metrobús.

Mientras eso sucede, tomar un camión en el bulevar Revolución muchas veces es cuestión de suerte, cosa del azar de los semáforos y del tráfico. Más en el tramo donde están las facultades de la UAdeC y un seguro social. Abordar, por ejemplo, un Ruta Dorada puede tomar 40 minutos. Si en la calle están alineados, digamos, unos tres camiones subiendo pasaje y el semáforo está en verde, al chofis le valdrá absolutamente madre cuántas personas lo estén esperando y seguirá de largo. Ni modo. Pa la otra.

Muchos de los camiones tienen sus centrales o terminales al poniente de la ciudad, colindando con Gómez Palacio, Durango. Ahí nació Torreón. El nacimiento fue moldeado por un medio de transporte. En 1888 un ingeniero texano llamado Federico Wulff trazó el primer plano urbano tomando como origen el cruce de las vías del ferrocarril. Después llegó el tranvía y los autobuses urbanos. Ahora ese sitio sigue marcado, además de por un río seco, por la ida y vuelta de los transportes.

Sobre la calle Juárez esquina con Múzquiz, de entre tantos negocios, hay dos tabaretes. En uno venden plantas medicinales. El otro funciona como una estética y dentro una mujer le corta el cabello a un hombre y charlan como si nada pasara afuera. Es uno de los costados del Mercado Alianza. Al fondo está el Museo del Algodón, lugar donde en la segunda mitad del siglo 19 estuvo la hacienda del Torreón, la que dio origen a un rancho, a una villa y después, hace 108 años, a esto que desde entonces se hace llamar ciudad. En esta calle los camiones Campo Alianza terminan su recorrido y se estacionan por algunos minutos antes de comenzar otra vez. Platico con un chofer en los minutos que le quedan de descanso.

Viajar en camión es, también, una mezcolanza de olores.

El chofer decide que ha llegado la hora de partir y comienza a subir el pasaje: dos, tres, cuatro, más personas suben. Señoras, señores cargan con bolsas. El olor de la Alianza se instala: verduras, carne cruda, sudor, aguas negras. Antes de arrancar me dice que además conduce otra ruta, una Valle Oriente, dos días y descansa dos y así sucesivamente—que son los días en que descansa cuando se viene a trabajar a este camión; o sea que no descansa. Dice también que está en pláticas con su patrón para que lo incorpore al seguro social porque a otros de sus compañeros sí los tiene afiliados. Que si no, se sale y busca otro trabajo. Y arranca, con todo y la mezcla de olores. Hasta que sube alguien impregnado con un perfume acaramelado que acaba con todos los otros aromas. Tampoco es agradable.  


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