Crónica policial: Alejarse del morbo




 Publicado en: Periódico kioSco nº127, julio 2016. | Y en CultoGrama.



Bun Alonso

Con sangre, pólvora o gritos, la crónica policial —el relato de acontecimientos criminales— tiende fácilmente hacia el sensacionalismo mediante el morbo.

¿Por qué este género periodístico carga con tan mala fama?

La nota roja y el amarillismo han estado tan presentes en la prensa escrita que hacen que los intentos por hacer periodismo policial sean sólo eso: intentos burdos. En los periódicos locales como El Siglo de Torreón o Milenio Laguna difícilmente vamos a encontrar algún trabajo periodístico policial de calidad. La inclinación por la escritura efectista —donde predomina la sangre— borra cualquier vestigio de investigación y de trama narrativa.

A nivel estatal, el periódico Zócalo de Saltillo cuenta con un semanario llamado Ruta Libre donde en la sección “El faro rojo” se publican estos intentos de crónica policial. En el texto “El lavacoches, lujuria pasajera” firmado por Rosendo Zavala se lee:

Tras llegar hasta la recámara donde estaban las mujeres, “El Pancho” sintió que la naturaleza lo llamaba y buscando saciar su cuerpo tomó al bebé en brazos para meterla en una bolsa de plástico, gritando improperios a la joven mientras le exigía que sostuvieran relaciones sexuales, porque de lo contrario asfixiaría a la nena hasta matarla. Con su cara tatuada de satisfacción, el malnacido se abrochó el pantalón tras el ataque y se puso en pie, para jadeante buscar la salida aún con el recuerdo fresco de haber poseído a plenitud una mujer que no le pertenecía.

Asumir que un hombre viola a una mujer por un llamado de la naturaleza, acusar al violador de malnacido y colocar a la mujer como una pertenencia que puede ser poseída, no hace más que revictimizar e insistir en los prejuicios de siempre, creando un relato unilateral, que en ninguno de sus tres discursos: el literario, el histórico y el periodístico, explica nada.

La crónica policial se ha limitado a narrar el crimen pero no a contar lo que rodea a ese crimen. Y aquí radican sus dos fuentes principales del morbo: el poner en escena al sólo hecho en sí y en cómo se cuenta ese hecho —qué palabras, qué adjetivos decide el reportero utilizar.


Crónica policial y sensacionalismo han llevado un romance de años. Pero existen y han existido reporteros y escritores que han roto dicho maridaje. Gabriel García Márquez, Truman Capote y otros tantos seguramente ya muy visitados. 

Sin renunciar al rigor de la investigación y con una estructura narrativa, actualmente existen periodistas que escriben género policial con el compromiso ético, periodístico y literario que se merece.

Veamos, por ejemplo, a Javier Sinay. Sinay, argentino de poco más de 35 años, fue el ganador del año pasado del Premio Gabriel García Márquez en categoría texto, un premio que otorga la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). El trabajo elegido como ganador entre 10 finalistas fue precisamente una crónica policial de largo aliento titulada “El caso Axel Lucero: rápido, furioso, muerto” publicada en la revista Rolling Stone de Argentina. El texto, que le llevó al autor ocho meses de reporteo y escritura, cuenta la historia de un chico aficionado a las motocicletas que una noche, junto con un amigo, intenta robar una moto. Pero la persona elegida para robarle resulta ser un policía vestido de civil —fuera de horas de servicio— que va armado. El chico, Axel Lucero, termina muerto por unas balas del policía. El texto inicia:
           
Arriba de una Honda CG Titan negra, el lunes 25 de febrero de 2013, poco antes de las nueve de la noche, Axel Lucero y un amigo dejaron atrás el barrio El Carmen, en La Plata. Habían salido en una sola moto, pero estaban dispuestos a volver en dos: la otra, la que todavía no tenían, la iba a conseguir Lucero con el arma que llevaba en el bolsillo de su campera.

El texto descubre que el caso de ese chico no es un caso aislado, sino que forma parte de una secuencia de homicidios donde sólo en La Plata otros cinco adolescentes habían sido asesinados por policías vestidos de civil en un lapso de once meses. Javier Sinay no sólo habló con familiares y amigos del chico asesinado, también recogió la versión del policía que disparó, al cual una fiscal lo dejó en libertad al no acusarlo por exceso en la legítima defensa. Pero además logra mostrar el contexto del que salen esos chicos como Axel, el de los barrios de la periferia de Buenos Aires.

Sinay ha publicado además algunos libros como Sangre joven (2009) y Los crímenes de Moisés Ville (2013).

Otro caso de buena crónica policial es el del periodista mexicano Óscar Balderas, quien con 29 años se acaba de agenciar el premio de Periodismo Policial 2015 por su texto “Cacería de padrotes” publicado en la revista Domingo. El texto arranca de la siguiente manera:

Los niños que jugaban en el 128 de Tibet Avenue creían que la casa E-18 estaba embrujada. Decían que cuando oscurecía y el vecindario quedaba en silencio, se podía escuchar el llanto de unos “fantasmas” que se movían dentro de esa residencia ubicada en Savannah, Georgia, en la zona conocida como “el cinturón bíblico” de Estados Unidos. En cambio, para la mayoría de los adultos, esa casa de ladrillos rojos con puertas y ventanas blancas era una extrañeza en el barrio: hombres desconocidos que nunca saludaban a los vecinos solían recibir numerosas visitas de mujeres que entraban y salían con la cabeza agachada.

No era, por supuesto, una casa embrujada: era una donde se obligaba a la prostitución y donde anidaba una mafia de padrotes. A partir de documentos oficiales de la Oficina del Procurador de Estados Unidos y de la Corte Federal de Distrito para la División de Savannah, Georgia, y tres testimonios directos de agentes especiales de ICE y del FBI, la crónica cuenta cómo fue la operación antitrata más grande en Estados Unidos contra padrotes mexicanos.

El periodismo policial debe plantearse lo que cualquier buen periodismo: un ángulo —una mirada— desde el cual entender un poco el mundo. ¿Qué hacemos como sociedad cuando ocurre un crimen? ¿Qué discursos se mueven desde la justicia, desde las fuerzas policiales del estado? Y también, por supuesto, desde la literatura. Cuando alguien ha decidido —¿en verdad lo decide?— que puede terminar con la vida de una persona, ¿qué idea emanada de qué contexto social opera en su mente? 

El periodismo policial no debería regocijarse en sangre. Debería proponer, a fin de cuentas, una descripción del mundo.   
 

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