Unión General de Asesinos Sin Trabajo




Sábado, 18 de enero 2025.

Hoy sólo quiero compartir algo de la genial novela que estoy leyendo: ¡Espérame en Siberia, vida mía! de Enrique Jardiel Poncela, publicada originalmente en 1929. Sólo porque sí, porque me ha hecho reír mucho, porque me encantan los libros de humor.

Uno de los protagonistas es Mario Esfarcies, un joven adinerado, guapo, culto, inteligente. Con la vida resuelta, casi. De no ser porque tiene cáncer de estómago. Bueno, o eso es lo que le diagnostica su amigo doctor. A partir de ahí Mario se empeña en suicidarse. En total lo intenta 15 veces: se cuelga de un árbol con una cuerda cáñamo que se rompe, se tira a un río que sólo le cubre siete centímetros, se planta en una carretera para que lo atropelle un par de autos pero estos lo esquivan y chocan y los que terminan muertos son ambos conductores, con éter sulfúrico que acaba por evaporarse y etcétera. Una de las escenas más absurdas sucede cuando intenta arrojarse de un viaducto y un guardia se lo impide, Mario le dice que se quiere matar porque tiene un epitelioma (el cáncer) y el guardia (que no sabe lo que eso significa pero que según su entendimiento es algo muy valioso) le propone a Mario que se lo venda y a cambio lo deja arrojarse.

—Tengo algunos ahorros, caballero, y me vuelven tarumba los honores… Tal vez pudiéramos entendernos. Si no pidiese usted mucho por él… le compraría su epitelioma… ¿Me lo vende?

Mario le miró sonriendo. Le resultaba divertido aquel hombre que creía sinceramente que un cáncer de estómago se podía poner en un marco y colgar en la pared… Y en lugar de sacarle de su error, Mario le contestó al guardia:

—No puedo venderle mi epitelioma, se lo juro… No puedo desprenderme de él, y créame que lo siento de veras… Pero es un recuerdo de familia. De no ser así, no solo se lo vendería, sino que se lo regalaría con mucho gusto.

Entonces el guardia creyó haber dado con un resorte invencible.

—Si me vende usted su epitelioma —propuso— le dejo a usted tirarse por el Viaducto.

—Si le pudiera vender a usted mi epitelioma, no tendría necesidad de tirarme por el Viaducto, guardia —contestó Mario.


Las cosas se ponen más absurdas todavía y después de fallar en 15 intentos, Mario da en el periódico con un anuncio sobre que la Unión General de Asesinos Sin Trabajo celebrará su reunión mensual en un bar. Así que acude, para contratar a un profesional y que sea este el que lo mate.

La reunión es un mitin en la que un montón de asesinos a sueldo se quejan de que el negocio viene a menos, que su oficio se encuentra en crisis y que el Estado no los apoya. El presidente alega:

—Alguien ha dicho que el asesinato es una de las Bellas Artes… ¿Por qué entonces no nos ayuda el Estado? ¿Por qué no se celebra todos los años una «Exposición Nacional de Asesinatos» en el Retiro? (Larga y entusiasta ovación que despertó de su sueño al delegado). Lejos de hacer esto, el Estado nos persigue con sus organizaciones diversas, con sus ametralladoras, con sus bombas de mano, con sus gases lacrimógenos. ¡No hay derecho, camaradas! ¡¡No hay derecho!! Para luchar contra la injusticia social fue para lo que fundamos, hace quince años, nuestra Unión. Porque nuestra Unión, ¿qué es, sino una sociedad de resistencia, de defensa?

En el transcurso de la reunión los asesinos se van asesinando entre sí a navajazos. A veces porque algunos no respetaron los estatutos o porque contradijeron al presidente. Esos son motivos suficientes para aplicar el entra cuchillo, salen las tripas. Por reunión mensual se matan entre 10 y 30 asesinos por este tipo de desacuerdos. El delegado le cuenta a Mario que desde hace 15 años que se fundó la Unión han muerto 6,971 profesionales del arte de matar en las juntas de cada mes. Que ya quedan muy pocos.

Luego, para determinar quién será el asesino que será contratado por Mario, la junta realiza una rifa (en la que en el transcurso se matan a algunos más por hacer trampa). El ganador resulta ser un tipo apodado el Poresosmundos. Sin embargo, a Mario le parece que el cobro es excesivo y se enredan en una discusión en la que el asesino utiliza un argot exclusivo de su oficio y que, por supuesto, Mario no entiende. El Poresosmundos dice:

—Puede que el julay…, ¡bueno!, la víctima, le haya jurado a usted en seis idiomas que no va a defenderse, pero como se dé cuenta de lo que va a pasarle en el momento del endiñen, que procura madrugar y arrearme a mí, ¡eso es viejo! ¿No ve usted, caballero, que he echado los dientes en el oficio? En las veintidós veces que he endiñado por la corbi por chorar, por burear o simplemente por guardar la bronca, el barbalote me salió escamón y se me revolvió llamando a los bofias para que me sirviesen. Y para evitar un servicio de los cucos, tuve que salir jalando, o encalomarme como se encaloma un ful en el plante cuando el consorte se chiva.

Mario replicó:

—Eso es culpa del grundi que no siempre rabigusa en carciate.

—¿Cómo? —gruñó el Poresosmundos frunciendo las cejas.

—No, nada —dijo el joven—. Que he resuelto hablarle a usted en camelo para que vea lo divertido que resulta no entender lo que se oye.

Después de un tiempo llegan a un acuerdo: Y le advierto que matándole yo, quedará usted satisfecho del trabajo.

Y, finalmente, viene el cierre del negocio:

—Trato hecho. Me ha sido usted muy simpático y no quiero que le mate nadie más que yo.



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